19 de diciembre de 2020

Alfarería







«¿Fue magia
o la quisimos ver por todas partes?»

- Pablo Benavente



Creí que nada estaría a la altura
de algo que no existía
y resonaron en mi cabeza mecanismos de defensa,
eso de retirarse de la partida
por miedo a perder
queriendo ganarlo todo siempre

Reescribí palabras sobre mi piel
esperando que así tuviesen más efecto.


Vi al tiempo pasar 
encerrada en el sótano de casa,
quejándome del vértigo a las vistas desde el ático,
ansiando poder ver la puesta de sol sobre la ciudad. 

Vi al tiempo pasar 
enfocando mi mirada en las huellas que dejaba
convirtiéndome en un ser inmutable
como todo aquello que no respira.


Guardé silencio 
por ser incapaz de ordenar tantos gritos y vasos rotos.

Y esperé como se espera la primavera
después de cargar con un largo invierno 
adherido a los huesos.

Arenas movedizas.

Lluvia.

Desierto.


Continúan las marcas de barro
a metro ochenta y seis de altura.

Ya no elimino ni oculto la mierda;
hago que forme parte del paisaje.
La mierda es a lo que intento dar forma;
el paisaje, mi reflejo.


Crezco un poquito más cada vez que lo pienso
porque veo a quién no quiero volver a ser,
las cosas a las que no quiero volver a tener miedo,
de entre todos, cuál soy,
de entre todas, 
quién sigue encontrando en mi sangre alimento
a quién pertenece el corazón asincrónico que late dentro de mi
a qué responde,
qué busca con tanto ruido.


Nada me ha hecho mejorar,
pero ha llenado de luz una habitación vacía
y he descubierto muebles viejos
justo cuando buscaba lo que no se vende en catálogos.


Quedan pocas palabras bonitas 
porque no las siento.


Y sé que dejé un libro a medias
pero es que sonaba todo igual
y yo ya no era la misma.



28 de octubre de 2020

Génesis





«Veo cajas vacías
personas vacías
ideas vacías
 
y a ti»

- Colgados del sol, La Maravillosa Orquesta del Alcohol






No volvimos a vernos nunca más.

Tres meses atrás 
me deshice del cadáver y sus larvas.

Los dejé en alguna roca bien puesta 
de algún paraje natural 
mientras águilas sobrevolaban
junto a otros carroñeros.

Después volví a casa.

Desenfundé mi CD favorito
me preparé un té sin pensar en el primero
y me senté en el suelo.

Necesitaba sentir el frío ajeno,
el contraste con mi piel,
la vida renaciendo en una atmósfera de carretera y autobús
pero fotograma estable.

La vida renaciendo sin terceros ni segundos implicados
aunque relojes y relojes rotos.




29 de agosto de 2020

Pánico escénico







«Inventamos excusas,
destrozamos recuerdos y
nos arañamos el pasado.
Pero nos siguen haciendo cosquillas las luces del alba.
Tenga el nombre que tenga.»

- Irene X




Siento que camino por la cuerda floja
que arrastro conmigo un equipaje inútil 
que me acerca poco a poco al abismo,
y una etiqueta con nombres de personas 
que alguna vez creí conocer. 


Siento que camino por la cuerda floja,
que cada paso que doy es en falso
y me araña la decepción
y despierto sobresaltada por fantasmas sin rostro
que vi nítidos alguna vez dormir a mi lado



Yo, que de equilibrio no entiendo una mierda,
me siento encerrada en un circo abandonado
con risas en off sonando de fondo
y un alter ego que me impide volver atrás, 
que ignora mis súplicas de no salir a escena 
porque dice
el espectáculo debe continuar 
pero no me quedan fuerzas. 




Porque solo veo un laberinto de espejos rotos
y eso suma demasiada mala suerte 
para intentar, como si nada, 
amaestrar leones 
que solo quiero que me acaricien con sus garras

que tengan el potencial de convertirme en músculo y hueso,
de gruñirme con sus fauces a milímetros de mi boca,
de salpicarme saliva hambrienta de carne fresca,
y decidan no hacerlo.

Esta vez no.


Porque tengo náuseas,
una visión reducida a un círculo en el horizonte
este disfraz de no-sé-muy-bien-qué que me asfixia,
me vienen grandes los zapatos 
y siento que no puedo volver a tropezar.


Yo, que de equilibrio no entiendo una mierda. 




19 de julio de 2020

A hole that can't be filled (III)








«De lo que fui ya no queda nada,
de lo que soy, pájaros que vuelan.»

- Estoy bien, Gata Cattana




Hace semanas que no la busco y ando lejos de dormir sintiendo su respiración sobre mi nuca. 
Hace días que no fantaseo con encontrarla y arrojo, con rabia, toda la culpa a la pared que tengo enfrente, esa que llevo meses sin atravesar: antes porque no podía; ahora porque me siento incapaz de hacerlo. Aunque siento, y alguna vez escribí que mientras lo hiciera no estaba perdiendo la partida. 

Ganarla ya es otra historia. 


No la busco quizá porque no recuerdo cómo encontrarla. He olvidado las trayectorias que me llevaban de forma errante a su portal y tengo miedo -hace meses es lo único que tengo- de que el motivo de la alfombra de mapas que piso siempre con el pie izquierdo al levantarme, sea que he salido de órbita, que ya no giro en torno a nada, que ahora solo lo hago sobre mí y a una velocidad suicida. Es solo una teoría pero lo explicaría todo:

la taquicardia, 
los tambaleos, 
lo borroso del paisaje,
las tripas presionándome la tráquea cada vez que intento hablar. 


Tengo otra guardada bajo la almohada que habla de cristales opacos, de ausencia de días, de noches eternas sin fuego. Al crearla me vi escribiendo sobre niños perdidos en islas desiertas alejadas del Mediterráneo. Dibujé cuentos para dormir sin leyendas, carentes de fantasía, sin absolutamente nada que contar mas allá de la sangre, escondida entre las páginas, de unos seres vivos que ya tampoco podrían ayudarme a respirar. Y también lo explicaría todo:

el túnel, 
las cuevas,
la humedad acumulada en estas cuatro esquinas.


A veces sueño que me crece musgo en la entrañas, 
que dentro albergo un jardín sin flores 
pero repleto de tonalidades de amarillo y azul, 
y una fábrica artesanal de oxígeno.

Y al despertar huele a ella por toda la habitación. 

Bastan dos caladas para perderla de nuevo.


Desconozco la cantidad de hojas de calendario que he arrancado repletas de números en rojo. Pero sé que ninguna de las combinaciones daba con las cifras exactas de su teléfono. 

Creedme que lo he intentado todo. 





12 de junio de 2020

04/05








«Soy consciente de que estoy delante
de un ave fénix que está a punto de volar»

- Cartas de navegación, Shinova







Están siendo días raros.
De esos en los que un nudo 
se apodera de mi garganta
y me duele hablar.

Estoy recordando mucho 
y no se por cuál 
de todos los momentos vividos
he perdido el apetito.


No hay futuro,
y lo digo totalmente en serio.

No hay sitio para el futuro en el presente 
y llevo los bolsillos arrastrando
de todo el miedo 
que estoy intentando apartar del camino.


Ojalá saber alguno de los planes 
que ella tenía para el presente,
darle un trocito del mío,
regalarle tiempo para irse bien,

para que los que se quedan
lo hiciesen más en paz.


Puede que desde ayer eso sea lo que me falta,
que sea la ausencia de armonía
lo que me oprime el pecho.

Porque me repito que el futuro no existe 
y siento algo dentro de mí que araña,
me pide que le alimente
y quiere nacer pronto.


No dejo de pensar 
que todo lo nuevo es bueno
pero sigo recogiendo piedras
tratando de no mirar hacia atrás 
y evadir así el campo de minas.


Vuelvo a sentir cadenas en las manos
y en los pies, arrastrando,
llevo bloques de hormigón.

Las paredes se cierran sobre mi
creando una casa de hielo
y todo lo que me rodea se desliza sin tocarme.


Vuelvo a sentir que quiero ser más,
que no estoy explotando,
que llevo demasiada dinamita dentro
como para no volar por los aires

y no me salen las cuentas.


Y a veces, para colmo,
también vuelves tú
y me dices "lo eras todo, absolutamente todo"
y ya lo sé. 



No hay día en que no me arrepienta 
de haberme dejado marchar.


10 de junio de 2020

A hole that can't be filled (II)








«Qué triste camino hemos tenido que seguir,
mi vida,
si necesitamos de la ausencia del resto
para no faltarnos a nosotros.»

- Pablo Benavente 




A veces la gente desespera porque hay momentos que disfruto recreándome, como un intento de rebeldía ante lo efímero, o como mecanismo de defensa ante la imposibilidad de tener el paso del tiempo bajo mi control. 

Tenerla cerca es una hostia en la cara que me recuerda que viva en el presente porque ventanas y puertas están siempre abiertas para aquellos que quieran marchar. El motivo queda relegado a un segundo plano.

Di tres pasos y me senté a su lado. Ella sonrió. 

Recordé aquella noche de enero en la que entró en casa y removió las cortinas llenándolo todo de aire, soltando carcajadas a pleno pulmón, asustándome por tanta fuerza, por la corriente de agua que parecía impulsarla alimentada de tormentas que descargó la noche anterior. Tardó dos minutos en contagiarme la risa; del desastre me di cuenta a la mañana siguiente. 


Ella ya se había ido.


Nunca entendí esas visitas si detrás no se escondía la intención de recordarme su existencia e instigarme a buscarla por los rincones. Lo cierto es que nuestra relación solo entiende de ratones y gatos. Me he pasado toda la vida persiguiéndola, atrapándola entre mis garras, relamiéndola y dejándola escapar al mínimo descuido. Algo en sus ojos siempre me susurra que piensa volver. Algo en los míos murmulla que me encanta este riesgo constante de tropezar con ella al girar cualquier esquina. 


- Disculpe, pensaba que era otra persona. 



Y que comience a llover. 




29 de mayo de 2020

Que comience la función






«Empezar por el principio y dejar que la verdad vaya surgiendo
eso es lo que voy a hacer.»

- Jack Kerouac





Detesto ser tan políticamente correcta
porque todavía nos recuerdo
cagándonos en el mundo,
incendiando habitaciones,
amordazando a la primavera
y sin una sola gota de té
que nos salpicase en los zapatos.

Nunca nos temblaron las manos.


No sé en qué nos hemos convertido
pero un día nos imaginé pintando cenefas en el salón
y hemos terminado siendo los títeres de una historia
que acumula polvo en la estantería cualquiera
de una librería de un pueblo de mala muerte
con un cartel de liquidación en la puerta.


A veces pienso en los relojes gastados
de horas que habría pasado leyéndote las manos,
dibujándote huellas línea a línea,
haciendo de tus costillas mosaicos de carmín

y otras veces
el sol de los domingos
me devuelve a las noches en la orilla del río
la mirada perdida entre peces,
el olor a muerte escapando de montañas de sal.


Y aquí estoy.
Siendo políticamente correcta.

Tú, impecable conmigo
amnésico de promesas.


Quizá asustados de levantar un poco la voz
por si tiramos por tierra 
la parafernalia que llevamos a cuestas,

esa misma que nos mira y susurra ¡qué vergüenza!
cada vez que el político de turno
manda callar a su colega
citando a cualquier escritor de renombre

y nosotros
            asentimos
                    tumbados en el sofá

espectadores de un circo
para el que hemos empezado a comprar la entrada
a partir de no recuerdo qué plan de futuro truncado.



Quizá solo nos hemos vendido 
y esto es lo que queda. 


27 de mayo de 2020

A hole that can't be filled (I)








«Te he visto irte
y me he quedado
vacía a medias como esas maletas
al volver de vacaciones
llena de trapos sucios
de esos que da mucha pereza devolver a su sitio.»

- Irene X.




Hace unos días volvió.

La vi ahí, sentada en mi cama, jugando con sus dedos. Estaba esperándome. No pude evitar que un atisbo de sonrisa se dibujara en mi rostro. La tenía de vuelta. La tenía justo en frente y, de repente, parecía que nunca se había ido.

Entré en la habitación y cerré la puerta tras mis pasos; puede que en un intento desesperado de no dejarla escapar otra vez. O puede que solo buscase bañar de intimidad un reencuentro que llevaba persiguiendo más de 365 días. Una parte de mi, la más egoísta quizá, no soportaba la idea de que alguien más la viese como yo lo estaba haciendo en ese mismo instante.

Primero necesitaba reconocerla, estar segura de que era ella. Mirar sus ojos, tocar su luz. Erizarle la piel. Sincronizar mi risa con la suya. Hay ciertas cosas que solo concibo hacerlas en privado. Saborearla puede que sea de mis favoritas.

¿Se te ha parado alguna vez el reloj sin darte cuenta? Lo vuelves a mirar y sigue inmóvil, marcando las siete y veinte. Antes de descubrir que fuera de esa pequeña esfera todo ha seguido el mismo ritmo de siempre te invade una extraña sensación de letargo, de eternidad. Como si el tiempo se hubiese congelado y se escuchase menos ruido. En eso se transforma el día en que ella decide volver; un reloj roto. Y junto al tiempo se desvanece la prisa. Desaparecen las metas, los caminos, las búsquedas, los mapas. Desaparece absolutamente todo lo que la convierte en algo tangible, en algo alcanzable. Y como una hostia de realidad que me sacude las entrañas, me aborda el recuerdo -ahora si- de que es imposible encontrarla cuando se le necesita porque ella aparece cuando le da la gana. Y ese siempre es el momento adecuado.

Silencio. Eso era todo lo que se podía escuchar. Silencio y nuestras respiraciones a la par bajo el mismo techo. Llegados a ese punto era imposible contener la sonrisa. Me temblaba el estómago como suele temblar cuando vas camino de una primera cita.

No os he dicho su nombre porque yo tampoco lo sé. Solo sé que el mio es su sombra y que reconocerla entre tantos matices nuevos, iba más allá de una simple cuestión perceptiva.

Comencé a caminar hacia ella sin saber a dónde mirar y bastaron dos pasos para entrar de lleno en su campo magnético. Desde ese momento el asta ventral de mi médula espinal decidió desconectar; no necesitaba ninguno de sus mensajes para seguir acercándome. Ya era imposible dar marcha atrás.


Fue entonces cuando supe que era ella, 
que era ella de verdad 
y que 
        por fin

                había decidido volver.



2 de mayo de 2020

Piel y asfalto




[4 a.m. Rivers and Road de The Head and the Heart empezó a sonar 
justo cuando terminé de escribir las últimas palabras]



«No iba a, me iba de, y viajar así
es ya la confesión de un fracaso.»

- José Ovejero


«Supongo que a cada uno le cuesta un precio diferente
abrir los ojos.»

- Mónica Gae





No quiero que me reconozcas
no quiero ser nada
de todo lo que una vez tuviste

que mi piel guarde tus huellas.


Como una serpiente
que se ensimisma entre las rocas
rasgando su primera piel
y dejando la segunda a la vista,

quiero dejarlo todo atrás
porque empieza a merecerme la pena
arriesgarme a la carne viva
con tal de que no me hayas tocado.


Puede que esté siendo egoísta,
que roce la hipocresía
pero la verdad que cargaba a hombros
empieza a pesar demasiado,
la arena no deja de caer
y tu no oyes siquiera mi voz,
no esperas siquiera mis pasos.


Quiero quitar de mi las marcas de tus manos
tus firmas de deseo
porque a estas alturas todo supura sangre
y no quedan vendas para tanta herida
ni caricias para tanta cicatriz.


Quiero quitar las marcas de las manos
que un día agarraron las mías
y me arrastraron al único mundo en el que,
por una vez,
estuve segura de querer quedarme a vivir
y no tuve miedo.


Acumulo meses empezando de cero
dejando atrás hogares
donde la lluvia no entraba
y la chimenea estaba siempre encendida,
rincones que me sabían abrazar,

sólo por la promesa de una página
que a día de hoy sigue en blanco
y la arena continúa sin dejar de caer
y tú sin oir mi voz,
sin esperar mis pasos.


Y yo sigo sin ser capaz de no hablar de ti,
de no ponerte como ejemplo,
de no esperar tu olor en mi ropa
en lugar del suyo


Colecciono deudas pendientes conmigo
que dudo poder saldar pronto,
y días de una cuarentena
que temo que acabe
porque estoy tan cansada
que me se incapaz de volar.


Y no puedo caminar a ras del suelo,
no puedo pisar la calle
que supo que fuimos
que nos vio reír y besarnos


resistiendo las ganas de destruirla por completo
de reducir todo a polvo y piedras
para, entonces si,
arrastrarme
dejando la piel que tocaste
justo donde pertenece;

entre ruinas.



13 de abril de 2020

Resquicio de un invierno sin flores








«somos          con mucho 
la mayor estupidez que podría haber ocurrido, 
y ademas nos encanta jactarnos de ello:
nos colocamos el busto frente el espejo
y nos corremos del susto cada vez que alguien suelta una verdad a cambio.»

- Escandar Algeet






No veo nada.

Está todo oscuro
y tengo frío.

Ya no hay mantas,
ni edredones,
ni pieles que echarme encima.


Lo destruí todo
porque siempre me asustó el calor
por si detrás se escondía un incendio
y sus correspondientes cenizas.


Me dio tanto miedo empezar a notar
que estas cuatro paredes parecían un hogar
que fue impulsivo llamar al invierno
para que volviese.

Y ya está aquí.

Y tú ya no.


Mis inviernos nunca se adaptaron bien
a tu odio a la lluvia,
a tu amor por la luz,
aunque lo intentamos



Al final somos niños inmortales
jugando a ver qué encaja con qué,
como pequeños semidioses
haciendo puzzles en el Olimpo.


Y nadie nos dice que
nunca encajarán las piezas.

Y no aprendemos.


Y vivimos con la eterna esperanza

-tremenda hija de puta-

de que todo haga "click"

y por una vez cobre sentido
todo este huracán de planes truncados,
de historias finitas,
de restos.


Somos auténticos gilipollas
buscando reglas en un universo que nos grita
que vivir consiste precisamente en eso:

vivir


y seguimos sin hacerle caso.



28 de febrero de 2020

Huesos







«Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo».

- Miguel Hernández





Echo de menos mis costillas,
su fuerza,
su capacidad de protegerme dejando
aun así
al aire entrar e inundarme.

Cuando me fui
dejé que el oxígeno
llenase por completo mis pulmones
y esta noche tengo miedo
de haber traspasado el límite,
de ser más aire que agua,
de no tener nada por dentro.


Echo de menos mis costillas
porque desde que no están
me resulta difícil mantener la compostura,
levantar cabeza

y, a veces, cuando me quiero dar cuenta
llevo días encogida sobre mí,
incapaz de mirar más allá de mi ombligo,

un ombligo
que ha olvidado por completo
su concepto de vida
y ahora solo abraza el de cicatriz.


Echo de menos mis costillas
porque a pesar de la presión,
a pesar de sentir los huesos como rejas,
solo bajo su cobijo
me he transformado en caja fuerte
abierta a todas las combinaciones posibles
con la seguridad
de que lo más valioso que tenía
era imposible encerrarlo
entre cuatro paredes.


Echo de menos mis costillas
porque ahora siento que todo
me puede hacer daño,
que solo soy un amasijo
de células, músculos y nervios
recubiertos de sangre
que se mueven siguiendo una rutina
marcada por no se sabe quién.


Echo de menos mis costillas,
coger aire,
sentir como las rozo.

Sentir que he llegado al máximo,
a la frontera,
que soy fuerza expansiva.

Que sigo respirando
y, que aquí dentro,
todo marcha bien.




[Lejos mis cimientos siempre tiemblan.]


6 de febrero de 2020

El viaje






«...no tengo el cuerpo
pa' mendigar amores»

- Sinmigo, Mr. Kilombo ft. Rozalén




Cuando entra el sol por la ventana
abro los ojos sola en estos diez metros cuadrados
y recuerdo el viaje,
el cuerpo que arrastraban las maletas,
la piel resquebrajada a cada paso,
a cada canción que vibraba en mis oídos.

Recuerdo las quemaduras en las mejillas,
el frío de haber perdido mi hogar
en manos de alguien que nunca supo conocerlo.



Cuando cae la noche
y mis párpados pesan
juro que enloquezco
si me tocas.

Me sigue asombrando la facilidad
con la que mi piel se eriza
si eres tu quien la mira sin pestañear.

Hace meses que me resulta imposible
mantener los ojos abiertos
si estás cerca.


No cruzamos palabra
pero mi centro logístico
dispara señales sin sentido
como un día hizo en la ciudad de la primavera.

Pierdo la cuenta
de los minutos que pasan sin que note
la yema de mis dedos,
sin poder distinguir la linea
que separa mi cuerpo y el tuyo,
tú figura del fondo.


Te acaricio en la oscuridad de mis ojos
durante horas
mordiéndome el labio cada vez
que siento tu aliento sobre mi cadera.
Me tiemblan las piernas
cuando susurro tu nombre
al volumen necesario para que los vecinos lo oigan.

pero tú

me pidas

que lo grite un poco más



Porque te gusto cuando levanto la voz
pero me siento cómoda a tantas intensidades
que últimamente sólo hago lo que me apetece

y tú

guardas silencio.



Porque ya no quiero complacerte,
ahora solo busco complacerme a mi
porque las deudas en mi piel
las tuve que saldar
cuando vi como los números rojos
comenzaban a eclipsar mis labios,
a quebrarme la voz,

y tú

mirabas desde la distancia.




Un día juré no renunciar
a mis posesiones,
y a ti, 
que siempre quise verte volar, 
que nunca me sentí capaz de considerarte "mío"

te abrí la puerta 
y te dejé salir.




21 de enero de 2020

Ríos gris ceniza








«Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito, 
porque me destrozaría saber que a pesar de eso 
no me has buscado.»

- Mario Benedetti


Muchas veces lo hago todo mal
y espero no haberlo hecho contigo
pero me siento como un pez
nadando a contracorriente
y dándome de hostias contra todo
lo que se me pone por delante.

No equivocarse entre tanto obstáculo
es irresistiblemente complicado.


No quiero haber hecho nada mal contigo
no por miedo
sino por decepción,
porque son tantas las oportunidades que
creo haber dejado escapar
que pensar en haberte dejado a ti 
me quita el sueño por las noches.


Quiero echarte la culpa de todo
pero mi cabeza se resiste.
Maldecirte de madrugada,
renegar tu nombre,
omitir los recuerdos que llevo anclados a las costillas.

Pero entonces siempre suena esa canción
y tengo que morderme la lengua
para que algo duela un poco mas,
y dejar de pensar en lo otro, 
en lo realmente preocupante,
en lo que no deja de supurar pese al tiempo.


Quiero pensar que has hecho todo mal
por no saber lidiar con tantos condicionantes,
y así
convertirme en víctima de una década difícil,
de un destino melancólico,
de una casualidad caprichosa.

Marioneta de un señor de arena
vestido en canas
que se descojona a un ritmo monótono,
siempre constante,
mientras mira cómo me equivoco
una vez tras otra,
una vez tras otra,
una vez tras otra.


No quiero ser protagonista de una historia
que empecé a escribir engañada por el viento.

No quiero ser responsable de decisiones que tomé
cegada por la irracionalidad.


Si pudiera arrancaría tus páginas de este libro
porque están arrugadas
y repletas de manchas,
de ríos gris ceniza
que en algún momento fueron cuadros de Monet.

Y yo, que solo quiero recordar aquel paisaje,
tengo que resignarme a estos retales 
que lo enturbian todo.


Tengo miedo de no saber unir las piezas que queden.
Temo no ser capaz de escuchar de nuevo
el agua correr por su cauce
sin desbordamientos,
sin gritos ahogados,
sin peces muertos.


Pero hay días que me despierto un poco mas valiente
e imagino que te veo,
que me saludas con el sonido de todos los océanos juntos
que me sonríes
y el sol de julio vuelve a salir.

Imagino que somos felices,
todavía un poquito más
por poder ver al otro brillar
con esa intensidad que nos caracteriza,
y que nos despedimos
y los peces continúan nadando,
que el agua es cristalina,
que el mundo gira con su eje en perfecto estado,
sin chirridos,
sin chispazos,
sin alarmas

que el mundo gira
y yo por fin me mantengo estable
sin tropiezos,
sin mochilas cargadas de piedras,
sin ver fantasmas con tu nombre
en cada esquina que giro esperando encontrarme
de golpe
conmigo.

Que el mundo gira
y la brisa nos acaricia la cara
y por fin el aire es puro,
e intoxica mis pulmones
y vuelve a no haber espacio
para el miedo a dejarse llevar

Que el mundo gira,
que hay noche y día,
y lunes y domingos
y tostadas y fruta para desayunar.



Que el mundo vuelve a girar
al mismo ritmo que hace dos años
y ya no me abruma ni su quietud
ni su velocidad

aunque tú no estés.



10 de enero de 2020

Lluvia de verano






«Te echo de menos
pero me he esforzado
porque no se me note tanto,
y me he acostumbrado.
Ya sé que eso no es bueno.
Pero cuando no estás
casi nada lo es.»

- Escandar Algeet



Siento que no puedo lidiar con las horas que quedan,
que necesito que llegue la oscuridad
y acurrucarme en su regazo,
abrazarla y escuchar lo que me susurra al oído.

Necesito estar sola y me siento rodeada de gente,
acorralada y sin salida,
aunque no logro escuchar la respiración de nadie,
solo la mía.

Algunos minutos se desboca
y todo empieza a ir demasiado rápido,
se empiezan a enmarañar
los hilos de mi cabeza
y parece que lo único que va a salir de ahí
sea una montaña de nudos
de garganta y de estómago
alimentados por todas esas cosas
que se quedan sin decir.


A veces siento que me ahogo
aunque miro el vaso
y el agua apenas roza mis tobillos.


A menudo no entiendo
lo que intentan decirme los pulmones
y a modo de venganza quiero pensar
que crecen y crecen
y por eso me aprieta todo aquí dentro.

Así me asusto un poco menos. 



He ido perdiendo tantas cosas por el camino
que ahora solo llevo de equipaje
una contradicción gravada en mi piel
y sigo sin recordar
a dónde he querido ir todo este tiempo,
dudando de si merece la pena el esfuerzo
e intentando descubrir si voy a llegar tarde
a un destino ya truncado.


No sé si lucho contra mi,
contra el tiempo,
o si ambos se han aliado
para acabar con la niña
que sigue irradiando luz
debajo de todas estas piedras;
sedimentos de los cadáveres
de aquellos que perdieron la guerra
porque dejé de creer,
porque les imaginé débiles
y nunca les abracé lo suficiente.


Me estoy ahogando,
la estoy ahogando a ella
y no voy a tener a nadie
a quien culpar por la falta de oxígeno
después de marcar su yugular con mis huellas. 


Necesito salir
de este alud de puntos suspensivos
pero no veo ni puertas ni llaves,
solo un puñado de bolígrafos que me apuntan
preparados para matar.


Y yo no puedo dejar de pensar
que estoy demasiado cansada
como para seguir con todo esto.
Que el único tratado de paz que puedo firmar
está escrito con mi letra
y ya no quiero escucharme 
porque me construyen incoherencias. 



¿Cuando va a dejar de llover en verano?





4 de enero de 2020

MMXIX




«Un año menos que dolerse
de esta herida y de esta luz»

Año Nuevo, Vetusta Morla



2019 ha sido un año repleto de enfado y rabia y me aferré a ellos hasta que terminaron consumiendo toda mi energía. Solo me apetecía tirarme al suelo y patalear por lo injusto de todo, por lo aterrador de vivir llevando el miedo cosido a mis talones, por no conseguir mantener cerca lo que quería (y joder, cómo le quería). Este año ha sido una hostia en la cara sin anestesia ni compasión. Me escondí bajo las sábanas para sentirme algo más en casa y no lo logré porque ya nada conseguía acercarme un poco, porque ya nada me daba calor, y tiré la toalla tantas veces que el suelo comenzó a parecerme un buen lugar para dormir y vencerle la guerra al vértigo. Le perdí el miedo al precipicio y aprendí que destrozada tomo mejores decisiones por pensar en lo que me apetece y no en los deberías; qué putada vivir condenada al caos. Que me gusta tanto quien soy cuando me levanto que acepto el riesgo eterno a las caídas [aplicable a todo lo que sacie el agujero negro que llevo entre las costillas]. 


2019 fue una guerra entre la luz y la oscuridad y ésta última ganó por goleada. Pero cuando cierras los ojos con fuerza aparecen destellos de luz y ahora les estoy dando forma y con ellos a mi. Diez años después sigo cambiando cada vez que puedo, sigo aprovechando cada hostia para pasar por cirugía, extirpar lo que ya no, implantar lo que me parezca que sí y, tras unos días en observación, volver a casa. Ya no se si es cuestión de rebeldía, de libertad o el único camino por el que sé llegar. 


A los nuevos: os juro que la cosa mejora.
A los que ya estabais: lo siento por no ser ancla, pero me necesitaba.
A los que os fuisteis: gracias por las dudas, todavía intento encajarlas en la maleta.
Y a ti [que lo conseguiste]: 2019 fue en tu honor.