19 de marzo de 2019

X






«Cuando sangres lo entenderás 
y digo
cuando sangres lo entenderás
porque ves sangrar 
y no lo entiendes.»

- Antonio Diez




Prisión eterna de un cuerpo magullado,
de un alma desequilibrada
de un espíritu ambicioso
que acabará muerto por arriesgarse,
al que matarán por no callar.


Ellos, los salvadores.


Prisionera de un cuerpo maltratado,
vejado, humillado,
poseído por las fuerzas del estado
y de la historia
y de la inconsciencia social.

Poseído y manoseado,
ultrajado
porque pueden.
Tercera persona del plural.
Ellos.



Vivo en una cárcel
que no elegí.
Encerrada mientras me hacen creer
que soy libre
porque puedo correr y gritar
y defenderme
pero no lo hago porque me gusta.


Me gusta que me persigan
y que me griten por la calle.
Me gusta gustar,
me gusta la mirada lasciva
de mi casero en mi culo.

Me pone.
Quizá lo busco. 



Miradas por encima del hombro
me señalan la puerta abierta
y escupen en el suelo para que brille más
como si el reflejo del sol indicase el fin de la guerra.

Pero cómo van a terminar una guerra
aquellos que se niegan a mirar,
si no ven los cuerpos sin vida,
si no sienten el corazón palpitar,
si justifican el daño con provocaciones.



Me acompañan con la mano en la espalda
quizá algo más abajo
para que aprenda que no hay barrotes de hielo,
que no hay frío ni oscuridad
que es todo creación de una mente histérica
contagiada por un movimiento injusto
contra ellos, los protectores.


Pero el sol les calienta y a mi no
porque el mundo es frío y oscuro
y mi piel son los muros de una prisión que no elegí
pero que muchos siguen sin querer ver.

Y pintan murales en mis paredes,
y dejan sus huellas en mis paredes
cuando es mi prisión, y son mis muros
que no elegí pero de los que no puedo escapar.


Y los admiran y comentan entre ellos.
Señalan sus firmas con orgullo.
Algunos sugieren planes de futuro
otros de mejora
porque nunca mi piel es suficiente
porque ellos, los creadores,
pueden hacerme volar en su lomo
mientras presumen de mis alas
en botes de formol.


Suelo bajar la cabeza
porque todavía escucho a los pájaros cantar
y se que estoy en libertad
aunque a veces no me llegue el aire.


Algunas noches mis paredes gotean
formando charcos de agua y no de sangre
y entonces callo
porque sigo siendo una más

"libre"


y qué suerte la mía.