24 de octubre de 2021

47








«Si permites a tu tacto nacer del corazón.
Si miras al miedo guiñándole los ojos.
Si los aromas del amor viven eternos en tu olfato.
Si escuchas los versos libres de tu estómago.
Si saboreas la pureza de no tener que demostrar nada.
Si vives cada segundo con tus cinco sentidos,
haces de tu bondad alerta tu escudero,
del honor sólo una palabra,
de la no bandera tu bandera,
de las derrotas victorias,
de la inconsciencia animal tu confesor...
(...)
Todo pasará en un abrir y cerrar de ojos»

- Hovik Keuchkerian





Si me piden que cuente la historia 
diré que me atrapaste las manos
y rogué que me enseñaras a escupir.

Hablaré de cómo nos acogió el aire fresco
y respondimos rodeándolo todo de agua.
Que fuimos ignorantes del lenguaje de encallarnos
y rodamos como botellas vacías 
debatiéndose entre verdad o atrevimiento 
en cada cruce de miradas.


Les diré que creamos un nuevo ecosistema
un paréntesis en medio de hojas secas,
una mezcla de ventanas, polvo, juegos y humedad.
Que vi a niños reír al fondo de nuestras copas
y entendí que la vida no consistía en nada más.

Contaré que hicimos del piso guarida,
de las luces de noche un espectáculo visual,
de la ausencia de espectadores nuestro público perfecto.



Pude redefinir septiembre en aquella habitación,
esta vez sin cuerpos caídos ni huellas ajenas
y por una vez todo tenía mis marcas y mi intención.
Volví a sentir mi piel gritar y me sorprendió su voz 
porque ya no estaba rota.



Si me piden que cuente la historia
diré que me atrapaste las manos
y solo toqué libertad


Contaré que estar fuera de lugar 
puede convertirse en el lugar correcto
cuando no sabes a dónde perteneces,
y que estar en el lugar correcto se parece bastante
a un baño de agua caliente para dos antes de dormir. 


Les hablaré de cerrar los ojos y verlo todo con claridad
del enganche a girar en sentido antihorario,
de resaca, Espidifen y caricias al despertar. 

Nombraré paraguas y sábanas enredadas
la música que no dejó de sonar,
abrazos y ropa nueva. 



Si tengo que hablar de ti
contaré que atracar en los muelles
fue una ofrenda a tu ciudad.

Diré que en dos días no me enseñaste a escupir 
pero reaprendí a domar la ansiedad,
firmé un tratado de paz con el presente 
y supe mirar con una capa menos las balas.

Que entre tanta torpeza
volví a reconocerme en los espejos
y a querer dejarme abrazar.



Si me piden que cuente la historia 
les enseñaré amanecer desde tus alturas
y dejarán de preguntar.

A mi me bastó para quedarme sin reproches. 




Pero no hablaré de los silencios.
Hay cosas que prefiero guardar.

No contaré mis intentos de descubrir en matices la garantía del naufragio
ni los cristales de las copas rotas en mis pies.
Omitiré que sigo tejiendo recuerdos perdidos entre espuma, 
y que aún intento eclipsar el ruido de aquellas cuatro primeras horas.

No quiero que sepan que me atrapaste las manos
y vi tus dedicatorias haciéndose realidad,
las facturas de la peor mala suerte mejor invertida,
los miedos que siempre trato de evitar.

Que al cerrar la puerta
dejé entrada libre al vértigo
y me hice un nudo tan fuerte 
que todavía noto cómo aprieta.



No sabré por dónde cojones empezar 
si me piden que les hable de ti
pero gritaré que aquella madrugada en el 47
solo quise terminar de deshacer el hielo,
besarte y acariciarte un poquito mas,
retar a relojes y olvido grabándome tus huellas a fuego.

Que cuando desperté 
y te vi durmiendo a mi lado
el futuro perdió atractivo
y quise congelarlo todo o volver atrás.
 

Que cuando la derrota contra el tiempo comenzó a acechar 
me tenías tan atrapada en la partida,
tan vendida a tu impulsividad
que por una vez perder o ganar
no pudo importarme menos. 



O diré que no recuerdo nada
que no sé qué hicimos
ni cómo nos dejamos engañar

pero que desde entonces
los martes por la noche

solo quiero lluvia en Gran Vía. 




19 de octubre de 2021

El crepúsculo de los ídolos








«...dicho claramente: 
la vieja verdad se acerca a su final.»

- Friedrich Nietzsche 


Reconstruí tu retrato,
apagué el fuego con agua,
barnicé las maderas,
limpié las cenizas.

Puse tus libros en lo más alto de la estantería,
nuestras citas al lado de los momentos importantes,
el olor a té con jengibre inundaba la casa.

Daba tres pasos y miraba hacia atrás,
retrocedía uno por si así te tocaba
pero nunca estabas.


Te vi acercarte un enero
y supuse que tenías frío.
A mi me sobraba hueco bajo el nórdico
porque nadie supo llenarlo,
ni yo permitir que lo hicieran.


Recuerdo escuchar tu voz durante horas
y empezar a dibujarte el camino a casa, 
susurrarte "vuelve" como hace Andrés
pero muy bajito por si te entraban las ganas de huir, 
por si estaba pidiendo demasiado otra vez.


Aquel año solo conocí el invierno. 

Venías, lo desordenabas todo, 
y yo te cosía los trozos, 
les daba aire,
dejaba entrar al frío

y lo llamaba amor.  


Empecé mi fantasía con el destino
y te regalé páginas donde acurrucarte.
Soñé que me echabas de menos con él durmiendo al lado
y no pude pegar ojo en tres días
ni mirarle a la cara al despertar. 

Todo me sabía a traición
a "es demasiado pronto"
a "vete a casa a esperar".


Me hablabas de otras y me sentía afortunada
creyendo ser más que un pronombre indefinido,
liderar una categoría propia.
Pensé que nada había cambiado,
que me recordabas a diario y lo insinuabas cada tres meses
porque el tiempo nunca estaba a nuestro favor. 

Experto en hablar y no decir nada,
en dejar puertas entreabiertas,
en sacudirte tierra ajena de los zapatos y ensuciar mi casa, 
en empatía al servicio de tu propia piel.



Funcioné con un agujero en el pecho,
otro en el rostro,
papeles bien aprendidos
e inercia en los pies.

Me busqué desesperadamente 
siendo tú el que me había perdido
y sólo encontré culpa,
solo supe hablar de relojes 
y sólo cargué con aviones de páginas de calendarios
que no me hundieron
pero me robaron espacio
y meses
y vida.  

Lo hiciste tú.
Lo desordenaste todo
y te recogí los trozos,
te reconstruí en oro
y me senté a admirar tu obra,
a ser tu sombra, 
porque yo ya no era nada 
y tú lo inspirabas todo.

Te hinchabas los pulmones
y retirabas las cartas de sobre la mesa
dejando a medias una partida 
que siempre había sido de un único jugador.
A la que yo todavía creía poder ganar
sin conocer las reglas.


Olvidé mis límites,
mis formas, 
mis principios,
tus finales,
agostos sin dormir.

Olvidé que cuando aún teníamos tiempo
lo llenaste todo de despertadores,
hablaste del momento equivocado 
y señalaste un futuro que no era más que niebla. 
 
Olvidé que siempre pudimos disfrutarnos un ratito mas
pero elegiste no hacerlo. 



Te eché tanto de menos 
que cuando me reencontré 
seguía agradeciéndote respirar
como si no fuesen mis pulmones los agotados de tanto esfuerzo. 


Y cuando por fin terminaba el manual de cómo sobrevivirte
fui invitada a tu espectáculo de marionetas,
a tu hoguera de cuerpos,
y vi arder a alguien que se parecía a mi
pero ya no era yo. 


Contra todo pronóstico todavía nos quedaba una noche de suerte.
Una en la que deshacerte de las máscaras, 
de las páginas extra que nadie quería leer.
Una en la que dejar de forzar la trama,
volver a comprar magia al por mayor, 
y cubrir con autenticidad ajena tu olor a plagio.

Esa noche solté lastre
y tú empezaste a flotar
a hacerte leve 
a perder valor. 

Nuestra historia pasó a ser solo mía.
Te liberé de lo que nunca te perteneció
y no supe qué hacer con tanto oro. 

Empecé por recubrir las grietas,
llenar tus vacíos
abrir ventanas.

Construí armaduras,
enmarqué espejos,
levanté murallas. 



Tengo la puta manía de llegar siempre tarde, 
pero llego:

aquella noche por fin
hice de tus puertas pared

y colgué cuadros.