18 de enero de 2019

Descosidos






«En esas estamos
cansados de tanto aferrarnos a la moneda que sigue dando vueltas en el aire
pensando que quizá algún día
las cosas cambien pero sin darnos cuenta de que nosotros
ya no vamos a cambiar por ello. 
Seguimos con los mismos argumentos
pero esta historia no es nuestra
y entendemos
ahora
que nunca lo ha sido.»

- Escandar Algeet



El otro día encontré una conversación de hace años
que me hizo pensar
lo ingenuos que éramos
lo poco que sabíamos
y cuánto tenían que cambiar todavía las cosas.

Sonreí imaginando que esta historia
llevaba muchos años tejiéndose.
Que todas las cosas, malas y buenas,
había sido un camino mas para llegar a ti
de tantos otros que podríamos haber elegido.

Pero que era precisamente eso,
el no elegir nada,
lo que había llevado a encontrarnos.


Recuerdo el concierto y el primer mensaje,
la incomprensión y los prejuicios,
recuerdo la película y la ciudad,
la banda sonora de principios de verano.


Recuerdo aquel primer día,
el frío y la primera broma,
la inseguridad y mi silencio,
tu verborrea y mi incredulidad.



Esto nunca te lo conté,
pero paré un minuto antes de salir por mi puerta.
Busqué calma y mi respiración
en los bolsillos del pantalón
y fui hacia ti sin encontrarlos.

Porque estaba muerta de miedo.


Y cuando me atreví a mirarte conducir
con el sol de julio detrás
por un minuto me dio completamente igual a donde ir
o qué responder a tus frases sin sentido.

Seguía muerta de miedo
pero con las ganas arañándome la piel
y aun así al final de la noche
dudé en volver a repetirlo todo.


Pero nunca me hago caso
y creo en la gente más de lo que creo en mi.
Así que ocurrió una vez
Y otra vez.

Y otra.


No se en qué momento acepté
que fueses mi próximo accidente
pero empezó a sumarme más el camino que los riesgos
y todo lo demás pasó a un segundo plano.


Hasta que un día el coche frenó en seco.


Y esto tampoco lo sabes,
pero tu playlist fue mi sala de urgencias tras el desastre,
y otras habitaciones se convirtieron en cuidados intensivos.

Hubo días en los que no podía salir de la cama
y me obligaron,
en los que no quería hablar
y me tiraron de la lengua.

Y dolía.

Porque solo quería hablar de ti
como quien cuenta el atardecer de ayer
que ya ocurrió,
que no va a volver,
y solo quedan fotos.

Aunque a nosotros ni eso.


Y grité que todo era por la belleza,
pero también había algo de suicidio
que no necesité admitir
porque ya lo sabían.



No se cuando salí de esa espiral de autodestrucción,
solo se que lo hice envuelta en vendas
que poco a poco aun sigo quitando.

Que no me reconozco en el espejo
pero que si el viento me da de cara
las que cuelgan parecen plumas.

El problema es que se me hace imposible no pensar
que me encantaría que las vieras
y las tocases
y me dijeras que estoy mas guapa que nunca,
que deje de mirarte porque te pones nervioso.


Ahora me curo yo sola en casa.
Voy encajando los trozos sueltos
aunque a veces coloco alguno que no va
y me toca arrancarlo a la fuerza.

Pero gimoteo
y sigo.

Me quito el sudor
y sigo.

Cojo aire
y sigo.


Y todos estos papeles
que llevo meses acumulando en los cajones
me sirven de abrigo
en las noches que hiela.

Y me tapan,
y me acarician
porque tu no,
porque querías y ya no
y meses después aparecieron preguntas
que para siempre quedarán sin respuesta



Aunque quizá algún día como hoy
encuentre todo esto y vuelva a pensar
en lo ingenuos que éramos
lo poco que sabíamos
y cuánto tenían que cambiar todavía las cosas.