23 de abril de 2022

Malditos viejos










«When your heart is like a library book,
pages torn by those who wanted parts.
I look at her and wonder how one could
want a piece, not everything».

- Library Book, Billy Raffoul





Atesoraba como oro en paño
a aquellos viejos de su estantería. 
Los tenía de todos los colores y tamaños,
con humildes dobleces en las esquinas.

Los más gastados y rotos vestían de ternura su mirada
y vi crecer esperanza en un recodo de esa escena, 
como si lo nuestro tuviese entonces alguna opción de pervivencia.

Los más nuevos esperaban tensos 
los ojos de quien, hambriento, 
no perdona la rima fácil ni el olor a rancio. 


Recuerdo sentirme tan joven entre tanta historia
-tan pobre entre tanta historia-,
que quise esconderme como aquel librito fino 
pasando desapercibido entre antologías.

Pero, admito, 
también quise ser aquel librito fino del que hablaba durante horas
capaz de llenar los precipicios de sus domingos.


Le soñé saboreando mis figuras retóricas,
mis versos más tristes,
el regusto a sarcasmo.

Le soñé escribiéndome en los márgenes,
subrayándome con lápiz
con el tacto delicado de quien no te posee del todo,
de quien no te quiere suya 
porque disfruta tanto sumergiéndose en ti de lleno
que teme dañarte con marcas. 


Le soñé tanto que olvidé escribirle 
como también descuidé su afán 
de empezar siempre por la página final.


Me di cuenta tarde, caminando hacia la puerta,
agrupando una línea de puntos en suspensivos
por si sobraba uno para cerrar:

yo jamás le haría viajar tanto,
ni tan lejos, ni tan ligero.
Jamás le conseguiría desnudar.

Jamás le haría reír ni llorar 
con la pureza de quien lo hace solo
sin sentirse en soledad. 


Y él,
él nunca me podría mirar, tocar, 
descubrir, leer, guardar,
igual que a aquellos malditos viejos
de su estantería.