12 de diciembre de 2021

Raíces







«[...]
y sentí el corazón desgajarse del mundo.

Era un niño que espera la función con mil ansias,
que está odiando un telón como se odia un obstáculo...
Y por fin se mostró la verdad sin disfraces:

me encontraba ya muerto, sin sorpresa, y la aurora
la envolvía terrible... ¿Era aquello tan solo?
Ya no había telón y yo aún esperaba.»

- Charles Baudelaire



Recuerdo la madrugada en que las agujas arrancaron mis raíces
y pasé días sin sentir los nutrientes de la tierra
buscando algo que me enraizara a un bosque de árboles centenarios
que en un cerrar de ojos vio reducida su sabiduría a la mitad 
y cuyo olor a jardín de plástico daba náuseas.

Cuando el sol me dolía 
tubos fluorescentes fingieron darme claridad 
y empalmaron raíces falsas a mis venas 
inyectándome una fuerza que no quería
porque debía estar tapiada en la casa más tranquila del pueblo
aferrada a su autoría y no conmigo. 

Creí sustituir músculos por placas tectónicas
después de ver las ruinas en mi cabeza,
de escuchar a todos mis animales correr asustados
y de temblar en vueltas completas de reloj.



Algo se rompió 
y me acurruqué entre los cristales
mientras escuchaba los gritos en eco pidiendo entrar a ayudar
pero fui incapaz de señalar la puerta 
por no saber que existía. 

Algo se rompió no sé si dentro o fuera 
porque dejé de diferenciarlo
y todo era la misma mancha de origen incierto que no salta 
por los aires
pero parece rogarlo en cada amanecer.



El día que perdí mis raíces me vi estatua de sal,
dibujé caminos erráticos de tierra infértil
y vi la cosecha morir congelada.
Inició un invierno que anunciaba despensa vacía
e interrogantes de más. 


Recuerdo cerrar los ojos sabiendo 
que abrirlos sería el comienzo de un día que no iba a terminar nunca
y fue a las 5 cuando aprendí que el amor no era dejar ir
sino ver como lo hacía y quedarse honrando un recuerdo
que quemaba y creaba icebergs solo con mirar. 

Cortaron mis raíces y me vi rodeada de gente y sola
porque entre tantos rostros 
sabía que ninguno me miraría igual.  
Todo lo que veía era ausencia
y una intimidad vulnerada
por cumplir un papel que nunca supe interpretar. 



Guardé silencio mientras dejaban jardines sobre mis raíces,
cuando yo solo quería verlas, sentirlas,
y no un campo de flores muertas.

Salí corriendo en cuanto pude.
 
Caminé días inestable sobre la superficie
-nada me anclaba más profundo-
llevada por el viento al ritmo de bandazos
sin notar el peso que más tarde me ataría al colchón y a la lluvia.

Me sentí débil y me sentí injusta
porque acogía vida y la despreciaba
y volvieron a supurar mis heridas  
por todos los que no tuvieron esa opción. 



Las escuché entre los cristales
-a las agujas que no dejaban de girar-
insolentes,
faltando al luto de un alma en barbecho,
y toqué las grietas, y vi el derrumbe, 
y de madrugada quebré el tratado de paz 

Volví a alistarme a la guerra perdida
del instante contra la eternidad
y solo en la primera noche
hice de mi tierra infértil trinchera
y no dejé de pensar en ellos, en ellas,
en las muertes que me habitan,
que vibran en mi piel,
que se asoman a mis ojos. 


¿Quién me recordará cuando la guerra acabe?

¿O solo quedarán estas hojas?