12 de diciembre de 2021

Raíces







«[...]
y sentí el corazón desgajarse del mundo.

Era un niño que espera la función con mil ansias,
que está odiando un telón como se odia un obstáculo...
Y por fin se mostró la verdad sin disfraces:

me encontraba ya muerto, sin sorpresa, y la aurora
la envolvía terrible... ¿Era aquello tan solo?
Ya no había telón y yo aún esperaba.»

- Charles Baudelaire



Recuerdo la madrugada en que las agujas arrancaron mis raíces
y pasé días sin sentir los nutrientes de la tierra
buscando algo que me enraizara a un bosque de árboles centenarios
que en un cerrar de ojos vio reducida su sabiduría a la mitad 
y cuyo olor a jardín de plástico daba náuseas.

Cuando el sol me dolía 
tubos fluorescentes fingieron darme claridad 
y empalmaron raíces falsas a mis venas 
inyectándome una fuerza que no quería
porque debía estar tapiada en la casa más tranquila del pueblo
aferrada a su autoría y no conmigo. 

Creí sustituir músculos por placas tectónicas
después de ver las ruinas en mi cabeza,
de escuchar a todos mis animales correr asustados
y de temblar en vueltas completas de reloj.



Algo se rompió 
y me acurruqué entre los cristales
mientras escuchaba los gritos en eco pidiendo entrar a ayudar
pero fui incapaz de señalar la puerta 
por no saber que existía. 

Algo se rompió no sé si dentro o fuera 
porque dejé de diferenciarlo
y todo era la misma mancha de origen incierto que no salta 
por los aires
pero parece rogarlo en cada amanecer.



El día que perdí mis raíces me vi estatua de sal,
dibujé caminos erráticos de tierra infértil
y vi la cosecha morir congelada.
Inició un invierno que anunciaba despensa vacía
e interrogantes de más. 


Recuerdo cerrar los ojos sabiendo 
que abrirlos sería el comienzo de un día que no iba a terminar nunca
y fue a las 5 cuando aprendí que el amor no era dejar ir
sino ver como lo hacía y quedarse honrando un recuerdo
que quemaba y creaba icebergs solo con mirar. 

Cortaron mis raíces y me vi rodeada de gente y sola
porque entre tantos rostros 
sabía que ninguno me miraría igual.  
Todo lo que veía era ausencia
y una intimidad vulnerada
por cumplir un papel que nunca supe interpretar. 



Guardé silencio mientras dejaban jardines sobre mis raíces,
cuando yo solo quería verlas, sentirlas,
y no un campo de flores muertas.

Salí corriendo en cuanto pude.
 
Caminé días inestable sobre la superficie
-nada me anclaba más profundo-
llevada por el viento al ritmo de bandazos
sin notar el peso que más tarde me ataría al colchón y a la lluvia.

Me sentí débil y me sentí injusta
porque acogía vida y la despreciaba
y volvieron a supurar mis heridas  
por todos los que no tuvieron esa opción. 



Las escuché entre los cristales
-a las agujas que no dejaban de girar-
insolentes,
faltando al luto de un alma en barbecho,
y toqué las grietas, y vi el derrumbe, 
y de madrugada quebré el tratado de paz 

Volví a alistarme a la guerra perdida
del instante contra la eternidad
y solo en la primera noche
hice de mi tierra infértil trinchera
y no dejé de pensar en ellos, en ellas,
en las muertes que me habitan,
que vibran en mi piel,
que se asoman a mis ojos. 


¿Quién me recordará cuando la guerra acabe?

¿O solo quedarán estas hojas?



18 de noviembre de 2021

invierno en septiembre









«There is no longer a woman in my body.
Just this screaming child who does not listen.
She only wants. And wants. And wants.
Stubborn in her devotion.»

- Clementine von Radics




Apostar todo a una estación que detestaba
fue el preludio de unas manos vacías
de un invierno temprano
la conversión del hierro al cristal.

Abracé lo vulnerable por saberte de la mano
y por ver que te quedabas me quedé 
mirando a los miedos a la cara
hablando de madrugada con ellos 

a dos pasitos del precipicio 
pero enganchada a tu linea de vida,
asegurándome la inestabilidad en los meses siguientes 
tras cortarme las cuerdas y huir.


Éramos demasiados;
miedos e inseguridades,
kilómetros,
personas.


Cubrí vacaciones con mantas
el sol con agua salada, 
hice charcos en mi cama
invoqué al otoño con velas
y solo sentí aire seco y sangre helada. 

Recuerdo necesitar matarme 
y no saber cómo hacerlo,
ansiar el primer día de febrero 21 años atrás
buscarme en ti y tropezar con un buzón lleno de cartas sin abrir
con mi firma.

Solo reconocí mi cuerpo cuando otras manos lo tocaron
pero desconocí tu calor y no lo quise
y crecieron estalactitas en el pecho
que me clavé por no herir a nadie mas. 

En su cama siempre fuimos tres: 
sexo, mentiras y un corazón roto.


Después de ti el dolor adquirió tantas formas
que lo dificil fue esquivarlo.
Los días buenos pasaron a ser raros
la felicidad, un disfraz que me quedaba grande
por no poder compartirlo contigo. 

Pasaste de carne y hueso
a agua y tormenta,
de risa y lugar seguro
a insomnio y espejismos. 

Te soñaba ocho días a la semana,
y por las noches te esculpía en tinta.
Elegía el camino largo para escuchar a Carlos
y perderme entre las luces de una ciudad 
que dejó de ser hogar para convertirse en obituario.

En San Vicente Mártir nunca vi tanto enero
ni en Xàtiva tantos trenes llegando a su hora.
Ese año el mundo se puso de acuerdo para gritarme 
que lo que conocía ya no era igual,
que no pertenecía a ningún lugar 
y estaba sola contra todo.


Siempre supe que el otoño ganaba al verano
pero ese julio me convencí 
de haber llegado a un pacto con el tiempo:
la navidad por tu mano en mi pierna y ninguna en el cambio de marchas
la lluvia por ver todos los atardeceres nublados contigo
mantita y peli por despertar pueblos desde la montaña


Renuncié a quien era por más días
con una persona que no sé quién fue
pero que me dijo te quiero mirándome a los ojos
y voló por los aires acero forjado


En diciembre llegó el cristal.

Vi mi piel transparente 
y me reconocí desnuda con la certeza 
de que nadie más lo haría
ni siquiera tú, que tenías todos los mapas.
 
Me quebré con pocos golpes,
hice ruido al caer
y a quien me recogió sin cuidado
le obligué a sangrar conmigo.


Me dijeron que me hiciste frágil
pero nunca sentí tanta fuerza
como llorando de rabia en el suelo.

No me hiciste débil; 
arrancaste el bozal a mis lobos
y aullamos por sobrevivir.



Bajo la tiranía del silencio
nadie entiende de ruidos.



17 de noviembre de 2021

luces y sombras







«Canté, subí, 
fui luz un día 
arrastrado en la llama. 
Como un golpe de viento 
que deshace la sombra, 
caí en lo negro, 
en el mundo insaciable. 

He sido.»

- Luis Cernuda





Hay poesías en las que levanto la voz
y me siento mas cerca de quien debería ser,
más lejos de quien soy.

Me pregunto si algún día conoceré a la que grita
a la que se suelta la lengua
a la que atropella con palabras sin quitarte los ojos de encima
y disfruta si le salpica sangre.


Me pregunto si alguna vez vestí su piel
si hablé de más sin sepultarme en saliva al día siguiente
si alguien me miró desde las sombras y me admiró
como admiro yo a aquellos que van sin frenos
aun a riesgo de estrellarse
por el mero placer de compartir raíces con la luz.


No recuerdo no sentir el ladrillo en la garganta,
preferir hablar a guardar silencio.
Pero tengo enfrente a la que escupía a cámara,
a la que reía hasta llorar y contagiaba al resto,
a la que mordía por defender su fortaleza de almohadas
y me sé mas suya que mía.


Le pido respuestas incesantemente.
por saber qué cojones hicieron de ella
qué cojones dejé que hicieran conmigo
dónde aprendí a callar, a dejar de sublevarme
a fundirme entre iguales sintiéndome diferente
y dejarles domar mis leones hasta hacer de ellos plumas
pero ni rastro de las alas.



Busco el momento exacto en el que bajó la voz
perdió la risa y acarició con puñetazos
a quienes otros querían de ella
al disfraz de logros que supo vestir hasta huir de casa
mirada puesta en el fracaso
por verle libre de las cadenas que a le ataban a la decepción.


No me sabe contestar
y contiene las respuestas.

Me mira impertinente
y solo puedo sonreírle
porque de abrazarla me atravesarían sus colmillos
con la agresividad que perderá entre los roles de lo impoluto.



Verla es como sentir algo por primera vez
antes de encontrar las palabras que lo delimiten,

antes de que otros se sientan con la potestad de hacerlo
sin escuchar siquiera lo que tiene que decir
lo que quiere hacer del trozo de tierra que pisa
lo que sueña cuando el sueño le abandona.

Un remolino de aire en el parque
levantando polvo y hojas de la nada
haciendo de lo plano desastre,
arañándote los ojos si te atreves a mirar.


Quiero hablarle pero no entiende de lo adulterado
y llena de impurezas se sabe tan real
que resulta ofensivo pedirle trucos


Así que la admiro desde sus sombras
como admiro a aquellos que van sin frenos
aun a riesgo de estrellarse
por el mero placer de recordar que comparto raíces con la luz


aunque entre tanto filtro
a menudo despierte a oscuras.




24 de octubre de 2021

47








«Si permites a tu tacto nacer del corazón.
Si miras al miedo guiñándole los ojos.
Si los aromas del amor viven eternos en tu olfato.
Si escuchas los versos libres de tu estómago.
Si saboreas la pureza de no tener que demostrar nada.
Si vives cada segundo con tus cinco sentidos,
haces de tu bondad alerta tu escudero,
del honor sólo una palabra,
de la no bandera tu bandera,
de las derrotas victorias,
de la inconsciencia animal tu confesor...
(...)
Todo pasará en un abrir y cerrar de ojos»

- Hovik Keuchkerian





Si me piden que cuente la historia 
diré que me atrapaste las manos
y rogué que me enseñaras a escupir.

Hablaré de cómo nos acogió el aire fresco
y respondimos rodeándolo todo de agua.
Que fuimos ignorantes del lenguaje de encallarnos
y rodamos como botellas vacías 
debatiéndose entre verdad o atrevimiento 
en cada cruce de miradas.


Les diré que creamos un nuevo ecosistema
un paréntesis en medio de hojas secas,
una mezcla de ventanas, polvo, juegos y humedad.
Que vi a niños reír al fondo de nuestras copas
y entendí que la vida no consistía en nada más.

Contaré que hicimos del piso guarida,
de las luces de noche un espectáculo visual,
de la ausencia de espectadores nuestro público perfecto.



Pude redefinir septiembre en aquella habitación,
esta vez sin cuerpos caídos ni huellas ajenas
y por una vez todo tenía mis marcas y mi intención.
Volví a sentir mi piel gritar y me sorprendió su voz 
porque ya no estaba rota.



Si me piden que cuente la historia
diré que me atrapaste las manos
y solo toqué libertad


Contaré que estar fuera de lugar 
puede convertirse en el lugar correcto
cuando no sabes a dónde perteneces,
y que estar en el lugar correcto se parece bastante
a un baño de agua caliente para dos antes de dormir. 


Les hablaré de cerrar los ojos y verlo todo con claridad
del enganche a girar en sentido antihorario,
de resaca, Espidifen y caricias al despertar. 

Nombraré paraguas y sábanas enredadas
la música que no dejó de sonar,
abrazos y ropa nueva. 



Si tengo que hablar de ti
contaré que atracar en los muelles
fue una ofrenda a tu ciudad.

Diré que en dos días no me enseñaste a escupir 
pero reaprendí a domar la ansiedad,
firmé un tratado de paz con el presente 
y supe mirar con una capa menos las balas.

Que entre tanta torpeza
volví a reconocerme en los espejos
y a querer dejarme abrazar.



Si me piden que cuente la historia 
les enseñaré amanecer desde tus alturas
y dejarán de preguntar.

A mi me bastó para quedarme sin reproches. 




Pero no hablaré de los silencios.
Hay cosas que prefiero guardar.

No contaré mis intentos de descubrir en matices la garantía del naufragio
ni los cristales de las copas rotas en mis pies.
Omitiré que sigo tejiendo recuerdos perdidos entre espuma, 
y que aún intento eclipsar el ruido de aquellas cuatro primeras horas.

No quiero que sepan que me atrapaste las manos
y vi tus dedicatorias haciéndose realidad,
las facturas de la peor mala suerte mejor invertida,
los miedos que siempre trato de evitar.

Que al cerrar la puerta
dejé entrada libre al vértigo
y me hice un nudo tan fuerte 
que todavía noto cómo aprieta.



No sabré por dónde cojones empezar 
si me piden que les hable de ti
pero gritaré que aquella madrugada en el 47
solo quise terminar de deshacer el hielo,
besarte y acariciarte un poquito mas,
retar a relojes y olvido grabándome tus huellas a fuego.

Que cuando desperté 
y te vi durmiendo a mi lado
el futuro perdió atractivo
y quise congelarlo todo o volver atrás.
 

Que cuando la derrota contra el tiempo comenzó a acechar 
me tenías tan atrapada en la partida,
tan vendida a tu impulsividad
que por una vez perder o ganar
no pudo importarme menos. 



O diré que no recuerdo nada
que no sé qué hicimos
ni cómo nos dejamos engañar

pero que desde entonces
los martes por la noche

solo quiero lluvia en Gran Vía. 




19 de octubre de 2021

El crepúsculo de los ídolos








«...dicho claramente: 
la vieja verdad se acerca a su final.»

- Friedrich Nietzsche 


Reconstruí tu retrato,
apagué el fuego con agua,
barnicé las maderas,
limpié las cenizas.

Puse tus libros en lo más alto de la estantería,
nuestras citas al lado de los momentos importantes,
el olor a té con jengibre inundaba la casa.

Daba tres pasos y miraba hacia atrás,
retrocedía uno por si así te tocaba
pero nunca estabas.


Te vi acercarte un enero
y supuse que tenías frío.
A mi me sobraba hueco bajo el nórdico
porque nadie supo llenarlo,
ni yo permitir que lo hicieran.


Recuerdo escuchar tu voz durante horas
y empezar a dibujarte el camino a casa, 
susurrarte "vuelve" como hace Andrés
pero muy bajito por si te entraban las ganas de huir, 
por si estaba pidiendo demasiado otra vez.


Aquel año solo conocí el invierno. 

Venías, lo desordenabas todo, 
y yo te cosía los trozos, 
les daba aire,
dejaba entrar al frío

y lo llamaba amor.  


Empecé mi fantasía con el destino
y te regalé páginas donde acurrucarte.
Soñé que me echabas de menos con él durmiendo al lado
y no pude pegar ojo en tres días
ni mirarle a la cara al despertar. 

Todo me sabía a traición
a "es demasiado pronto"
a "vete a casa a esperar".


Me hablabas de otras y me sentía afortunada
creyendo ser más que un pronombre indefinido,
liderar una categoría propia.
Pensé que nada había cambiado,
que me recordabas a diario y lo insinuabas cada tres meses
porque el tiempo nunca estaba a nuestro favor. 

Experto en hablar y no decir nada,
en dejar puertas entreabiertas,
en sacudirte tierra ajena de los zapatos y ensuciar mi casa, 
en empatía al servicio de tu propia piel.



Funcioné con un agujero en el pecho,
otro en el rostro,
papeles bien aprendidos
e inercia en los pies.

Me busqué desesperadamente 
siendo tú el que me había perdido
y sólo encontré culpa,
solo supe hablar de relojes 
y sólo cargué con aviones de páginas de calendarios
que no me hundieron
pero me robaron espacio
y meses
y vida.  

Lo hiciste tú.
Lo desordenaste todo
y te recogí los trozos,
te reconstruí en oro
y me senté a admirar tu obra,
a ser tu sombra, 
porque yo ya no era nada 
y tú lo inspirabas todo.

Te hinchabas los pulmones
y retirabas las cartas de sobre la mesa
dejando a medias una partida 
que siempre había sido de un único jugador.
A la que yo todavía creía poder ganar
sin conocer las reglas.


Olvidé mis límites,
mis formas, 
mis principios,
tus finales,
agostos sin dormir.

Olvidé que cuando aún teníamos tiempo
lo llenaste todo de despertadores,
hablaste del momento equivocado 
y señalaste un futuro que no era más que niebla. 
 
Olvidé que siempre pudimos disfrutarnos un ratito mas
pero elegiste no hacerlo. 



Te eché tanto de menos 
que cuando me reencontré 
seguía agradeciéndote respirar
como si no fuesen mis pulmones los agotados de tanto esfuerzo. 


Y cuando por fin terminaba el manual de cómo sobrevivirte
fui invitada a tu espectáculo de marionetas,
a tu hoguera de cuerpos,
y vi arder a alguien que se parecía a mi
pero ya no era yo. 


Contra todo pronóstico todavía nos quedaba una noche de suerte.
Una en la que deshacerte de las máscaras, 
de las páginas extra que nadie quería leer.
Una en la que dejar de forzar la trama,
volver a comprar magia al por mayor, 
y cubrir con autenticidad ajena tu olor a plagio.

Esa noche solté lastre
y tú empezaste a flotar
a hacerte leve 
a perder valor. 

Nuestra historia pasó a ser solo mía.
Te liberé de lo que nunca te perteneció
y no supe qué hacer con tanto oro. 

Empecé por recubrir las grietas,
llenar tus vacíos
abrir ventanas.

Construí armaduras,
enmarqué espejos,
levanté murallas. 



Tengo la puta manía de llegar siempre tarde, 
pero llego:

aquella noche por fin
hice de tus puertas pared

y colgué cuadros. 


20 de julio de 2021

Presa

Del lat. prensa, part. de prendĕre 'coger, agarrar'.

1. f. Acción de prender o tomar algo.
2. f. Cosa apresada o robada.
3. f. Animal que es o puede ser cazado o pescado.
4. f. Acequia o zanja de regar.

5. f. Muro grueso de piedra u otro material que se construye a través de un río, arroyo o canal, para almacenar el agua a fin de derivarla o regular su curso fuera del cauce









«Me preguntaste si tenía miedo.
Mi voz se arrojó desde el borde de la garganta
aterrizó en el fondo de mi estómago y se escondió durante meses.
Todas las distintas partes de mí
apagaron las luces
bajaron las persianas
cerraron las puertas
mientras me escondía detrás de algún
armario del piso de arriba de mi mente
cuando alguien rompió las ventanas —tú
(...)
cuando irrumpiste en mi casa
nunca volví a sentirla mía».

- Rupi Kaur




Silencio. 
Silencio, soledad y marionetas. 
Pasillo interminable.

Dos camas, tres sillas, un armario, oscuridad.
Una mesa camilla, el fútbol de fondo. 

Mi bolso, sus manos, preguntas.
Pregunta y no le entiendo 
y busco encajar las flechas sueltas en un esquema 
que me ayude a comprender su mirada,
su aliento en mi cuello; 

que me quite el frío de la sangre. 


Busco mis expectativas intactas 
pero todo lo que encuentro es un puzle de mil piezas, 
una niña intentando reconstruir el orden 
sin saber por dónde empezar, 
por qué le ha tocado a ella.


Un vaso de agua, dos sillones, un televisor apagado.
Veo su reflejo y el mío, su mano en mi pierna. 
Sigue soltando palabras pero no le entiendo, 
¿en qué lugar de esa casa desaprendí la lengua 
y me convertí en objeto? 


Un jarrón con flores muertas, 
campo de trigo con cuervos. 


La luz filtrándose, temerosa, entre las ranuras de la persiana, 
como debería haber entrado yo, 
como no debería haber entrado.
 
Nunca salí de allí. 
Lo hizo una carcasa vacía.


Culpa. Silencio. 
Le di permiso con mi silencio. 
Me dejé tocar. Me dejé besar. Me dejé acariciar. 

Inspira, expira. Hielo. 
Icebergs en los pulmones. 
Sus dedos en mi espalda. 
Sus dedos en mi pierna. 
Respira. No te olvides de respirar.


Dos sillas de madera y mimbre, una ventana, un ordenador.
El futbol sigue de fondo, intento mirar el marcador,
se pone delante y me mira. 
Bromea sobre cuerpos sin vida.

No me intimidas. No me intimidas. No me intimidas. 

Me gusta ¿no? 
Me gustaba. 
No lo sé. Tengo miedo. 

Le estoy provocando. 
Le estoy gritando que quiero al no gritar que no. 

Bebo agua. 
El perro y yo nos miramos; 
ninguno sabemos hablar. 



Camisa de flores, vaquero negro, pintalabios. 
Me muevo pero no se quién soy; 
hace dos hora lo sabía. 

Tonos ocre. Desierto.
Me pide que me vaya. 
Un beso fácil. 
El aire pesa.

Punto y final. 


Culpa. Suciedad. 
Respira, no te olvides de respirar. 

Perdón, 
no sé qué pasó, no era yo, 
quiero hablar.

Pero huyo como no fui capaz.

Huyo mientras no aguanto que me toquen sin avisar. 
Ni el brazo, 
ni la mano. 

No te acerques. 
No me toques. 
Necesito espacio,
libertad.

Guardo todo en un cajón, esculpo piedra. 
Rompo calendarios pero mi piel aún lo recuerda. 

En la mirada fija de un extraño,
en otras voces, en otros cuerpos, en otras manos. 
En la sonrisa del chico que me gusta, 
en las caricias del que me hace reír antes de dormir a mi lado. 

Otras manos en mi cuerpo,
otras huellas pero el mismo tacto. 
Respira, no te olvides de respirar. 

Quieres esto, confía. 
Ya no hay peligro.


¿verdad?





23 de mayo de 2021

de cadenas y autocensura







«Renunciar a mi representación
porque la piel se me irrita
bajo la baratija de los nombres.

[...]

Me destituyo, me revoco
me derroco, me ceso:
implanto en mí el imperio de los pájaros».

- Ana Pérez Cañamares




Me declaro las intenciones una vez al mes
e insolvente cada domingo.

La nostalgia me devora viva al final de otoño,
los campos en primavera me retuercen las raíces
y la brisa siempre me ahoga.


El olor a mar en verano me recuerda a la muerte
y en invierno me levanta castillos.


El día que volé una cometa fui la mujer mas poderosa del mundo
y nadie la conoció.
Compartí meses en su almohada 
y él tampoco lo hizo.



Constantemente me pregunto dónde se esconde el disfraz.
En qué momento exacto me cubre y se difumina
y siendo yo dejo de serlo.

Cuánto hay de fraude y cuánto de caos.

Aun así me reconozco desnuda
mientras trazo el fin en el orden
y lo proclamo inalcanzable.



Sé que acumulo cuadernos bajo el esternón,
a una niña que sacude telarañas a trofeos de plata
con sabor a bronce,
jueces que esconden oro en los bolsillos.

Que colecciono el polvo que mordí
el barro que tragué
el peso de nubes negras que me impidieron volar,
y a pesar de todo toqué el cielo
                                                                       -alguna vez
                                                                   me lo bajaron-.



Creí dejar atrás muñecas rusas
y seguí haciéndome pequeña 
con cada capa que me quitaba. 

Vendí autenticidad en marionetas 
dirigidas por quién no puedo invocar
y saquearon el almacén hasta agotarla.



Hace años que navego a la deriva
incapaz de decidir cuándo sacar la negra,
cuál de todas resistirá las tormentas
después de tanto remiendo

aun consciente de que me temen
por ser la mujer sin rostro. 



Hoy, por enésima vez, me despertaron las embestidas.

A tientas he visto luz y máscaras apiladas,
etiquetas y fechas de caducidad
y he vuelto a no reconocerme en ninguna. 

Continúo sin verme,
dibujando recuerdos como laberintos en espiral,
enturbiando trayectorias de un pasado 
que no sé a quién de todas rinde cuentas.


Sigo sin saber cuál visto,
a quién ves,
cuánto hay de fraude,
cuánto de caos,
cuánto de herida,
cuánto de armadura,

y cuánto de jaula.



1 de mayo de 2021

entre lo efímero y lo eterno

 





A mi abuela, 
por escribir una gran historia de amor 
y hacer que forme parte de ella. 




«¿Hay más?
Si lo sabes, di si hay más.
Más allá de mi rabia.
O si la vida es un viaje heroico hacia la nada. »

- Viaje épico hacia la nada,  Love of Lesbian





A menudo me pregunto quién soy
ajena a que es tu sangre
-la de todos ellos-
la que corre por mis venas.

Que estoy hecha de tierra, 
historias de cine y luz 
de viajes a la playa,
y vestidos de gitana.


Que mis rasgos se esconden en tus fotos
en leyendas de piratas
de personas que no conocí,
y de aquellas que disfruté poco tiempo.


Porque siempre es poco.


Ella ya no es ese cuerpo
es toda la historia que construyó,
la que te cuento,
sus hijos, sus viajes, sus miedos.


Ella ya no es esos párpados;
es mis ojos, es mi piel,
estas letras, los silencios.


Ahora también es vuestra.


Así se hacen eternas las personas.



14 de marzo de 2021

Vigésima letra del abecedario







«Algo en mí me castiga
desde todas mis vidas: 
- Te dimos todo lo necesario para que comprendieras
y preferiste la espera, 
como si todo anunciase el poema
(aquel que nunca escribirás porque es un jardín
[inaccesible

- sólo vine a ver el jardín-)»

- Alejandra Pizarnik




Me rodeaba el verde
Kodaline sonaba de fondo
en cada paso, un quejido de otoño
en mí, la idea de una revolución en tu nombre.

Liderar las líneas de ataque,
las de tu contorno,
las de defensa.

Como bandera, el pelo al viento
su sonido colándose entre las grietas,
las olas chocando contra las ruinas,
vida salvaje conquistando los restos de castillos,
de costillas de un yacimiento arqueológico
todavía cubierto de polvo y piedras. 

El reflejo del sol me invitaba a caminar lago adentro,
conocer otras oscuridades ,
aprender a hablar con propiedad,
y me temblaron las piernas pidiendo aletas y branquias 
despreciando la tierra, 
buscando un abrazo de agua.


No lo hice.

Estuve a un roce del escuadrón perfecto.


Quise capturar el sonido de todo ese silencio,
convertirlo en caballos y lanzas,
renunciar a las palabras 
a los escudos, a la armadura,
ganar sin perder tanta saliva.


Me salpiqué gotas de sangre para parecer más real
y solté un cargamento de miedo como inicio de la revuelta.

No fue suficiente. 



Corrieron lágrimas cuando vi al cisne.
Aparecieron tres más y no supe si lloraba por delicadeza
o por la muerte de lo que ya no eran,
del cuento que nunca me vio crecer. 

Estaban solos.  




10 de enero de 2021

Epitafio a una disonancia











«... mi independencia
se resquebraja cuando la tristeza da un golpe de estado

por eso me esmero cuando escribo:
aquí no quiero que me deseen otra.»

- Ana Pérez Cañamares




Fue un estallido de hielo,
asfixia por exceso de oxígeno,
parestesias de tristeza

Comprenderme desde ti
quedó en un burdo intento de lascivia
un boceto a trozos del mapa sin sentido
de sentidos mermados por tu ausencia.



No intuí tu perfil entre el negro
no palpé tu piel en caricias,
solo me encontré a mi a borbotones
fluyendo como un río de naufragios.

Casi pude oler la madera putrefacta
de historias inexistentes 
porque no encontraron voz,
el tacto del alcohol directo al músculo.  



No encontré el sabor entre tanta espina
pero construí caminos de sangre
hacia mi garganta. 


Hice de mis ojos lagunas;
de mis mejillas, acantilados
y la niebla continuó desdibujando
la colección de lienzos bajo tu nombre.

Convirtió mi dormitorio
en galería de telas mojadas
y pintura corrida,
en almacén de juguetes rotos.

Y mientras tanto
sonaron los acordes
que creí indicios de promesas. 



Todo terminó en mil pedazos
y me descubrí por el suelo reptando, 
intentando diluir en agua
los fragmentos de un pasado 
que nunca quiso tan poco

que encontró su lugar
en el portal de mi casa
y esperó con complejo de futuro
ganarse un hueco en el sofá. 

(Pero el sofá lo había quemado porque seguía oliendo a ti.) 



En segundos transformé placer en miedo
y temblé por ambos.


Caí en un pozo inmenso de vacío 
y reconocí en humedades 
las facturas de haberte tenido entre las sábanas.

A veces sigo encontrando trozos de musgo entre la ropa.




- bendito paso del tiempo -