29 de octubre de 2022

Tarde de viernes y otoño








«...everything you lose is a step you take [...]
you've got no reason to be afraid. 
You're on your own, kid, you always have been.»

- You're on your own, kid, Taylor Swift.





Vino la nostalgia a abrazarme
una tarde de viernes y otoño.
y subió a mi cama haciendo crujir las hojas,
creando huecos entre mapas que reiterativos 
señalaban un norte que olía a hogar.
A castañas calientes y chocolate,
a tardes jugando en el parque 
y lluvia nocturna golpeando el cristal.

Vino la nostalgia a lanzarme brújulas rotas
a llamarme perdida, 
a clavarme agujas de pino en la espalda
por si pretendía olvidar el dolor 
al calor de una chimenea cualquiera, 

por si pretendía olvidar los muertos y la otra vida
bajo una alfombra de tierra húmeda y verde selva. 


Vino a desnudarme y tirité para ella.
Apagó las velas y me acarició fría
señalándome okupa de la casa de otros.


Vino la nostalgia y olvidé el paraguas.
Me acurruqué en la cama temiendo salir
por si la lluvia no secaba,
por si las llaves dejaban de abrir 
y volvía a verme sola entre calles hostiles,
amenazando con las grietas a desconocidos
que engrosaban la lista de los más buscados
por tener un amplio historial 
de jarrones rotos en las manos. 


Vino la nostalgia a saludarme
una tarde de viernes y otoño
y desperté un sábado de tormenta
con la ropa empapada,
confundida por compartir techo con tanto frío,
añorando encontrarme en la vibración de un pecho ajeno,
en cuatro patas corriendo urgentes por el pasillo. 


Sabiéndome lejos, 
sintiéndome sola,
y sin puertas que abrir entre tanto muro. 



27 de septiembre de 2022

Casas viejas









«La para siempre seguridad de estar de más en el lugar en donde los otros respiran. 
De mí debo decir que estoy impaciente porque se me dé un desenlace menos trágico que el silencio.»

- Alejandra Pizarnik




Entré en tu casa vieja
como quien busca confirmar el paso de los años
como quien necesita ver las piedras del derrumbe antes de huir.

Busqué el abrazo y el beso, 
la complicidad,
un rinconcito de luz y tranquilidad,
la esperanza de las otras casas
entre paredes de lámparas fundidas
y muebles cubiertos de quejidos.

Solo encontré polvo y bozal,
líneas borrosas.
Un cuerpo más desprendiéndose del mío,
empujándome hasta el fondo,
arrancándome la voz.

Palabras de seguridad fuera de servicio
que confirmaron el peligro demasiado tarde.
La rendición del yo por el otro, 
el sacrificio del cristal por la arena,
del tacto suave y frío
por la rudeza y la piel quebrada.


Recuerdo preguntarme si mi cuerpo era mío
o era de todo aquel que lo quisiera tocar.
Si mis deseos tenían peso en algún lugar 
o eran olvidados como tantos otros lo habían sido
por pertenecer a la mitad silenciada,
por tener sus manos en nuestras bocas
para impedirnos gemir y también gritar.

Acostumbrada a la ausencia de voz
me señalé culpable de tu sordera
hice leve lo grave,
justifiqué lo que jamás dejaría a mis amigas justificar,
y te cuidé descuidándome
que es lo que mejor se me da

me di la espalda para tenderte la mano.


Cuando apunté el daño
te vi desplazarlo a pie de página,
seguir hacia delante como yo lo hice por inercia 
arrastrando palabras mudas, 
trazando acrobacias para saltar tus muros y hacerte frenar.

Teniendo claro que no lo hiciste
y que, esta vez, tampoco lo harías.

Porque te dije "para" y desconociste la semántica, el verbo, la empatía.
Te dije "para" y decidiste continuar 
viendo cómo me ahogaba, cómo dejaba de hablar, 
cómo me convertías en fosa y disfrutabas cada segundo del entierro.  

Recuerdo hacer espacio en mi armario para tus monstruos
y a cambio verte sacar los míos a la fuerza.
Aprovechamos las noches en que tú no estabas 
para mirarnos asustados buscando cómo escapar. 


Te dije que detestaba las marcas
y me quisiste llena de huellas que sigo tratando de borrar
cada vez más lejos de ti,
más imposible de tocar,
ansiando hacer hogueras con todas las casas viejas
que robaron nuestro calor con impunidad. 

Deseando ver arder a quienes empuñasteis antorchas en nuestra contra
deseando escucharos gritar tanto como nosotras callamos
haciendo de vuestra desesperación bálsamo para las quemaduras.


De tanto vivir en guerra
la paz me sabe a poco

solo me alivia pensar en venganza. 





5 de junio de 2022

Ojalá estén muertos











«Being born a woman is an awful tragedy [...]
I want to be able to sleep in an open field, 
to travel west, to walk freely at night...»

- Sylvia Plath






Ojalá esté muerto.


Recuerdo pensarlo con tanta fuerza y claridad 
que no supe si vibraban mis cuerdas vocales.


Ojalá se muera pronto para que cuando me vaya
quién ocupe mi lugar no sepa lo que es esconderse,
tener miedo a respirar demasiado fuerte,
soñar con haberse ido a tiempo.


Vuelve a acecharme la culpa 
con la violencia de aquellos días de miradas sin permiso,
de paternalismo en caricias,
de refugio bajo la cama.
Hija de una cultura que la abraza y alimenta,
un engranaje más de un plan que no enseñan en el colegio
que se aprende de vuelta a casa empuñando las llaves, 
en las historias que cada una de tus amigas pueden contar, 
en las puertas cerradas con el corazón en la garganta.



Freno en seco, detengo el bolígrafo
porque me siento demasiado radical, reduccionista, injusta,
porque es el marido, el padre, el abuelo, el vecino de,
un hombre entrañable que habla mucho,
que ha trabajado mucho, que me hace un favor.

Y yo una exagerada, una mal follada, niñata, puta
y, por supuesto, nunca lo suficientemente guapa ni buena,
Pandora y su caja, Eva y el destierro del paraíso. 
Alguien que busca llamar la atención, 
la interesada, la que sonrió demasiado, 
se acercó demasiado y dio señales confusas
que el hombre -ahora sí, débil- 
no comprendió. 

Una desagradecida incapaz de apreciar el cariño de alguien ejemplar
que no agradece el perfume caro que no pedí ni quise, 
la invitación a comer que rechacé, 
el casi viaje en coche del que pude escapar
y del que creí que jamás podría hacerlo.


Ten los cojones 
-por supuesto, cojones-
de llamarme radical por desear la muerte 
a quien me hizo buscar testigos con la mirada 
por si era mi cara la que salía al día siguiente en el telediario.

Otra Míriam, Toñi, Desirée, Sara, Rocío, Sonia, Marta, Diana, Laura.
Otro número más. 
Otra irresponsable, malcriada, exagerada, mal follada, niñata, zorra y puta más.


Conjugo el verbo en singular por mí;
en plural, por todas vosotras:

Ojalá estén muertos. 




23 de abril de 2022

Malditos viejos










«When your heart is like a library book,
pages torn by those who wanted parts.
I look at her and wonder how one could
want a piece, not everything».

- Library Book, Billy Raffoul





Atesoraba como oro en paño
a aquellos viejos de su estantería. 
Los tenía de todos los colores y tamaños,
con humildes dobleces en las esquinas.

Los más gastados y rotos vestían de ternura su mirada
y vi crecer esperanza en un recodo de esa escena, 
como si lo nuestro tuviese entonces alguna opción de pervivencia.

Los más nuevos esperaban tensos 
los ojos de quien, hambriento, 
no perdona la rima fácil ni el olor a rancio. 


Recuerdo sentirme tan joven entre tanta historia
-tan pobre entre tanta historia-,
que quise esconderme como aquel librito fino 
pasando desapercibido entre antologías.

Pero, admito, 
también quise ser aquel librito fino del que hablaba durante horas
capaz de llenar los precipicios de sus domingos.


Le soñé saboreando mis figuras retóricas,
mis versos más tristes,
el regusto a sarcasmo.

Le soñé escribiéndome en los márgenes,
subrayándome con lápiz
con el tacto delicado de quien no te posee del todo,
de quien no te quiere suya 
porque disfruta tanto sumergiéndose en ti de lleno
que teme dañarte con marcas. 


Le soñé tanto que olvidé escribirle 
como también descuidé su afán 
de empezar siempre por la página final.


Me di cuenta tarde, caminando hacia la puerta,
agrupando una línea de puntos en suspensivos
por si sobraba uno para cerrar:

yo jamás le haría viajar tanto,
ni tan lejos, ni tan ligero.
Jamás le conseguiría desnudar.

Jamás le haría reír ni llorar 
con la pureza de quien lo hace solo
sin sentirse en soledad. 


Y él,
él nunca me podría mirar, tocar, 
descubrir, leer, guardar,
igual que a aquellos malditos viejos
de su estantería. 





3 de marzo de 2022

de murallas y salidas







«I'm scared you will realize
I'm just bones and questions»

- Clementine von radics



Ahora que no me encuentro en tus canciones, 
que sonrío al escuchar la melodía que una vez me hizo llorar. 
Ahora que todo lo perdido lo está,
que lo ganado se ha mimetizado y somos uno, 
me veo translúcida en un almacén sin luz. 


Me pregunto incesante qué inversión necesito para liberar las fieras, 
cuánta artillería para derribar murallas,
cuándo empezó la cuenta atrás de la granada que llevo en el pecho desde que arrancaste la anilla
y por qué no explota si no para de crujir. 


Siento que mi cárcel soy yo 
porque nada me alcanza, 
y nada me toca. 

Y otras veces cuando me tocan 
no sé dejarme salir
me pierdo en el camino al exterior.


Sin embargo, anhelo que me vean desnuda 
como me ve la taza de té todos los domingos de otoño,
como me ve el cuaderno justo después de llorar. 


Si nadie llega a conocerme 
¿cómo saber quién soy? 




8 de febrero de 2022

Traje a medida









«I see the tender way you touch things
and want to kiss your nose
but I keep my mouth to myself.»

- Clementine von Radics




Intenté no poner nombres
y me encontré buscándole el traje perfecto,
palabras que se adaptaran a aquello 
que todavía no sabía qué era. 

Yo, que hice de la libertad camino,
trataba de delimitarle
de construirnos paredes,
de encerrarnos en bañeras
por pánico al mar abierto,
a océanos de promesas hechas de basura.


Sentí presión entre el pecho y el estómago
y no supe si culpar a las mariposas 
o al vértigo a los finales
pero al final se hizo de día.

Desde entonces me percibo caminando sin parar,
buscando el punto que no llegó cuando tenía que hacerlo,
persiguiendo la estabilidad que temo perder 
y que veo poco a poco desprenderse de mis talones. 


Pedí calma 
porque los huracanes empezaron a susurrarme al oído.
Vi al viento moverse
y me arañó el impulso de despeinarme
de tirarme de cabeza al vacío
sin pensar si lo cubrían piedras o agua. 

Pedí calma porque la alternativa era un aterrizaje forzoso,
la levedad insulsa de una vida que tiende al error y a las ruinas,
al polvo y los muros,
al encierro como muerte. 


Intenté no poner nombres
y me encontré buscándole el traje perfecto
porque reconocía los grilletes
pero llevaba tatuadas las llaves
y su calor fue refugio para los perdidos
mientras esperaba el día en que solo mi piel lo fuera.


Vestía la antítesis de disfraces 
pese a hacerlo sobre una coraza de cristal, 
y yo solo era una niña el día de reyes
abriendo regalos, queriendo jugar,
sin poder disipar la niebla de la mañana siguiente
sin poder adivinar con voz firme lo que escondía detrás.

Me vi hablando sola,
diciendo nombres al azar 
dejando a los adjetivos bailar en mi lengua
hasta descubrir lo absurdo de hacerlo,
lo poco a la altura que estaban las letras 
lo poco real de tanto papel arrugado
de tanta escena revivida, 
de tanto recuerdo asesinado.


Intenté no poner nombres y lo conseguí
pero desde entonces no dejo de encontrar palabras sueltas 
que escribo por si lees 

y descubres el traje a medida que renuncié a hacerte
por negarme a encerrarte en mis jaulas.