28 de febrero de 2020

Huesos







«Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo».

- Miguel Hernández





Echo de menos mis costillas,
su fuerza,
su capacidad de protegerme dejando
aun así
al aire entrar e inundarme.

Cuando me fui
dejé que el oxígeno
llenase por completo mis pulmones
y esta noche tengo miedo
de haber traspasado el límite,
de ser más aire que agua,
de no tener nada por dentro.


Echo de menos mis costillas
porque desde que no están
me resulta difícil mantener la compostura,
levantar cabeza

y, a veces, cuando me quiero dar cuenta
llevo días encogida sobre mí,
incapaz de mirar más allá de mi ombligo,

un ombligo
que ha olvidado por completo
su concepto de vida
y ahora solo abraza el de cicatriz.


Echo de menos mis costillas
porque a pesar de la presión,
a pesar de sentir los huesos como rejas,
solo bajo su cobijo
me he transformado en caja fuerte
abierta a todas las combinaciones posibles
con la seguridad
de que lo más valioso que tenía
era imposible encerrarlo
entre cuatro paredes.


Echo de menos mis costillas
porque ahora siento que todo
me puede hacer daño,
que solo soy un amasijo
de células, músculos y nervios
recubiertos de sangre
que se mueven siguiendo una rutina
marcada por no se sabe quién.


Echo de menos mis costillas,
coger aire,
sentir como las rozo.

Sentir que he llegado al máximo,
a la frontera,
que soy fuerza expansiva.

Que sigo respirando
y, que aquí dentro,
todo marcha bien.




[Lejos mis cimientos siempre tiemblan.]


No hay comentarios:

Publicar un comentario