27 de septiembre de 2022

Casas viejas









«La para siempre seguridad de estar de más en el lugar en donde los otros respiran. 
De mí debo decir que estoy impaciente porque se me dé un desenlace menos trágico que el silencio.»

- Alejandra Pizarnik




Entré en tu casa vieja
como quien busca confirmar el paso de los años
como quien necesita ver las piedras del derrumbe antes de huir.

Busqué el abrazo y el beso, 
la complicidad,
un rinconcito de luz y tranquilidad,
la esperanza de las otras casas
entre paredes de lámparas fundidas
y muebles cubiertos de quejidos.

Solo encontré polvo y bozal,
líneas borrosas.
Un cuerpo más desprendiéndose del mío,
empujándome hasta el fondo,
arrancándome la voz.

Palabras de seguridad fuera de servicio
que confirmaron el peligro demasiado tarde.
La rendición del yo por el otro, 
el sacrificio del cristal por la arena,
del tacto suave y frío
por la rudeza y la piel quebrada.


Recuerdo preguntarme si mi cuerpo era mío
o era de todo aquel que lo quisiera tocar.
Si mis deseos tenían peso en algún lugar 
o eran olvidados como tantos otros lo habían sido
por pertenecer a la mitad silenciada,
por tener sus manos en nuestras bocas
para impedirnos gemir y también gritar.

Acostumbrada a la ausencia de voz
me señalé culpable de tu sordera
hice leve lo grave,
justifiqué lo que jamás dejaría a mis amigas justificar,
y te cuidé descuidándome
que es lo que mejor se me da

me di la espalda para tenderte la mano.


Cuando apunté el daño
te vi desplazarlo a pie de página,
seguir hacia delante como yo lo hice por inercia 
arrastrando palabras mudas, 
trazando acrobacias para saltar tus muros y hacerte frenar.

Teniendo claro que no lo hiciste
y que, esta vez, tampoco lo harías.

Porque te dije "para" y desconociste la semántica, el verbo, la empatía.
Te dije "para" y decidiste continuar 
viendo cómo me ahogaba, cómo dejaba de hablar, 
cómo me convertías en fosa y disfrutabas cada segundo del entierro.  

Recuerdo hacer espacio en mi armario para tus monstruos
y a cambio verte sacar los míos a la fuerza.
Aprovechamos las noches en que tú no estabas 
para mirarnos asustados buscando cómo escapar. 


Te dije que detestaba las marcas
y me quisiste llena de huellas que sigo tratando de borrar
cada vez más lejos de ti,
más imposible de tocar,
ansiando hacer hogueras con todas las casas viejas
que robaron nuestro calor con impunidad. 

Deseando ver arder a quienes empuñasteis antorchas en nuestra contra
deseando escucharos gritar tanto como nosotras callamos
haciendo de vuestra desesperación bálsamo para las quemaduras.


De tanto vivir en guerra
la paz me sabe a poco

solo me alivia pensar en venganza.