12 de junio de 2020

04/05








«Soy consciente de que estoy delante
de un ave fénix que está a punto de volar»

- Cartas de navegación, Shinova







Están siendo días raros.
De esos en los que un nudo 
se apodera de mi garganta
y me duele hablar.

Estoy recordando mucho 
y no se por cuál 
de todos los momentos vividos
he perdido el apetito.


No hay futuro,
y lo digo totalmente en serio.

No hay sitio para el futuro en el presente 
y llevo los bolsillos arrastrando
de todo el miedo 
que estoy intentando apartar del camino.


Ojalá saber alguno de los planes 
que ella tenía para el presente,
darle un trocito del mío,
regalarle tiempo para irse bien,

para que los que se quedan
lo hiciesen más en paz.


Puede que desde ayer eso sea lo que me falta,
que sea la ausencia de armonía
lo que me oprime el pecho.

Porque me repito que el futuro no existe 
y siento algo dentro de mí que araña,
me pide que le alimente
y quiere nacer pronto.


No dejo de pensar 
que todo lo nuevo es bueno
pero sigo recogiendo piedras
tratando de no mirar hacia atrás 
y evadir así el campo de minas.


Vuelvo a sentir cadenas en las manos
y en los pies, arrastrando,
llevo bloques de hormigón.

Las paredes se cierran sobre mi
creando una casa de hielo
y todo lo que me rodea se desliza sin tocarme.


Vuelvo a sentir que quiero ser más,
que no estoy explotando,
que llevo demasiada dinamita dentro
como para no volar por los aires

y no me salen las cuentas.


Y a veces, para colmo,
también vuelves tú
y me dices "lo eras todo, absolutamente todo"
y ya lo sé. 



No hay día en que no me arrepienta 
de haberme dejado marchar.


10 de junio de 2020

A hole that can't be filled (II)








«Qué triste camino hemos tenido que seguir,
mi vida,
si necesitamos de la ausencia del resto
para no faltarnos a nosotros.»

- Pablo Benavente 




A veces la gente desespera porque hay momentos que disfruto recreándome, como un intento de rebeldía ante lo efímero, o como mecanismo de defensa ante la imposibilidad de tener el paso del tiempo bajo mi control. 

Tenerla cerca es una hostia en la cara que me recuerda que viva en el presente porque ventanas y puertas están siempre abiertas para aquellos que quieran marchar. El motivo queda relegado a un segundo plano.

Di tres pasos y me senté a su lado. Ella sonrió. 

Recordé aquella noche de enero en la que entró en casa y removió las cortinas llenándolo todo de aire, soltando carcajadas a pleno pulmón, asustándome por tanta fuerza, por la corriente de agua que parecía impulsarla alimentada de tormentas que descargó la noche anterior. Tardó dos minutos en contagiarme la risa; del desastre me di cuenta a la mañana siguiente. 


Ella ya se había ido.


Nunca entendí esas visitas si detrás no se escondía la intención de recordarme su existencia e instigarme a buscarla por los rincones. Lo cierto es que nuestra relación solo entiende de ratones y gatos. Me he pasado toda la vida persiguiéndola, atrapándola entre mis garras, relamiéndola y dejándola escapar al mínimo descuido. Algo en sus ojos siempre me susurra que piensa volver. Algo en los míos murmulla que me encanta este riesgo constante de tropezar con ella al girar cualquier esquina. 


- Disculpe, pensaba que era otra persona. 



Y que comience a llover.