29 de mayo de 2020

Que comience la función






«Empezar por el principio y dejar que la verdad vaya surgiendo
eso es lo que voy a hacer.»

- Jack Kerouac





Detesto ser tan políticamente correcta
porque todavía nos recuerdo
cagándonos en el mundo,
incendiando habitaciones,
amordazando a la primavera
y sin una sola gota de té
que nos salpicase en los zapatos.

Nunca nos temblaron las manos.


No sé en qué nos hemos convertido
pero un día nos imaginé pintando cenefas en el salón
y hemos terminado siendo los títeres de una historia
que acumula polvo en la estantería cualquiera
de una librería de un pueblo de mala muerte
con un cartel de liquidación en la puerta.


A veces pienso en los relojes gastados
de horas que habría pasado leyéndote las manos,
dibujándote huellas línea a línea,
haciendo de tus costillas mosaicos de carmín

y otras veces
el sol de los domingos
me devuelve a las noches en la orilla del río
la mirada perdida entre peces,
el olor a muerte escapando de montañas de sal.


Y aquí estoy.
Siendo políticamente correcta.

Tú, impecable conmigo
amnésico de promesas.


Quizá asustados de levantar un poco la voz
por si tiramos por tierra 
la parafernalia que llevamos a cuestas,

esa misma que nos mira y susurra ¡qué vergüenza!
cada vez que el político de turno
manda callar a su colega
citando a cualquier escritor de renombre

y nosotros
            asentimos
                    tumbados en el sofá

espectadores de un circo
para el que hemos empezado a comprar la entrada
a partir de no recuerdo qué plan de futuro truncado.



Quizá solo nos hemos vendido 
y esto es lo que queda. 


27 de mayo de 2020

A hole that can't be filled (I)








«Te he visto irte
y me he quedado
vacía a medias como esas maletas
al volver de vacaciones
llena de trapos sucios
de esos que da mucha pereza devolver a su sitio.»

- Irene X.




Hace unos días volvió.

La vi ahí, sentada en mi cama, jugando con sus dedos. Estaba esperándome. No pude evitar que un atisbo de sonrisa se dibujara en mi rostro. La tenía de vuelta. La tenía justo en frente y, de repente, parecía que nunca se había ido.

Entré en la habitación y cerré la puerta tras mis pasos; puede que en un intento desesperado de no dejarla escapar otra vez. O puede que solo buscase bañar de intimidad un reencuentro que llevaba persiguiendo más de 365 días. Una parte de mi, la más egoísta quizá, no soportaba la idea de que alguien más la viese como yo lo estaba haciendo en ese mismo instante.

Primero necesitaba reconocerla, estar segura de que era ella. Mirar sus ojos, tocar su luz. Erizarle la piel. Sincronizar mi risa con la suya. Hay ciertas cosas que solo concibo hacerlas en privado. Saborearla puede que sea de mis favoritas.

¿Se te ha parado alguna vez el reloj sin darte cuenta? Lo vuelves a mirar y sigue inmóvil, marcando las siete y veinte. Antes de descubrir que fuera de esa pequeña esfera todo ha seguido el mismo ritmo de siempre te invade una extraña sensación de letargo, de eternidad. Como si el tiempo se hubiese congelado y se escuchase menos ruido. En eso se transforma el día en que ella decide volver; un reloj roto. Y junto al tiempo se desvanece la prisa. Desaparecen las metas, los caminos, las búsquedas, los mapas. Desaparece absolutamente todo lo que la convierte en algo tangible, en algo alcanzable. Y como una hostia de realidad que me sacude las entrañas, me aborda el recuerdo -ahora si- de que es imposible encontrarla cuando se le necesita porque ella aparece cuando le da la gana. Y ese siempre es el momento adecuado.

Silencio. Eso era todo lo que se podía escuchar. Silencio y nuestras respiraciones a la par bajo el mismo techo. Llegados a ese punto era imposible contener la sonrisa. Me temblaba el estómago como suele temblar cuando vas camino de una primera cita.

No os he dicho su nombre porque yo tampoco lo sé. Solo sé que el mio es su sombra y que reconocerla entre tantos matices nuevos, iba más allá de una simple cuestión perceptiva.

Comencé a caminar hacia ella sin saber a dónde mirar y bastaron dos pasos para entrar de lleno en su campo magnético. Desde ese momento el asta ventral de mi médula espinal decidió desconectar; no necesitaba ninguno de sus mensajes para seguir acercándome. Ya era imposible dar marcha atrás.


Fue entonces cuando supe que era ella, 
que era ella de verdad 
y que 
        por fin

                había decidido volver.



2 de mayo de 2020

Piel y asfalto




[4 a.m. Rivers and Road de The Head and the Heart empezó a sonar 
justo cuando terminé de escribir las últimas palabras]



«No iba a, me iba de, y viajar así
es ya la confesión de un fracaso.»

- José Ovejero


«Supongo que a cada uno le cuesta un precio diferente
abrir los ojos.»

- Mónica Gae





No quiero que me reconozcas
no quiero ser nada
de todo lo que una vez tuviste

que mi piel guarde tus huellas.


Como una serpiente
que se ensimisma entre las rocas
rasgando su primera piel
y dejando la segunda a la vista,

quiero dejarlo todo atrás
porque empieza a merecerme la pena
arriesgarme a la carne viva
con tal de que no me hayas tocado.


Puede que esté siendo egoísta,
que roce la hipocresía
pero la verdad que cargaba a hombros
empieza a pesar demasiado,
la arena no deja de caer
y tu no oyes siquiera mi voz,
no esperas siquiera mis pasos.


Quiero quitar de mi las marcas de tus manos
tus firmas de deseo
porque a estas alturas todo supura sangre
y no quedan vendas para tanta herida
ni caricias para tanta cicatriz.


Quiero quitar las marcas de las manos
que un día agarraron las mías
y me arrastraron al único mundo en el que,
por una vez,
estuve segura de querer quedarme a vivir
y no tuve miedo.


Acumulo meses empezando de cero
dejando atrás hogares
donde la lluvia no entraba
y la chimenea estaba siempre encendida,
rincones que me sabían abrazar,

sólo por la promesa de una página
que a día de hoy sigue en blanco
y la arena continúa sin dejar de caer
y tú sin oir mi voz,
sin esperar mis pasos.


Y yo sigo sin ser capaz de no hablar de ti,
de no ponerte como ejemplo,
de no esperar tu olor en mi ropa
en lugar del suyo


Colecciono deudas pendientes conmigo
que dudo poder saldar pronto,
y días de una cuarentena
que temo que acabe
porque estoy tan cansada
que me se incapaz de volar.


Y no puedo caminar a ras del suelo,
no puedo pisar la calle
que supo que fuimos
que nos vio reír y besarnos


resistiendo las ganas de destruirla por completo
de reducir todo a polvo y piedras
para, entonces si,
arrastrarme
dejando la piel que tocaste
justo donde pertenece;

entre ruinas.