De repente apareció en una
habitación de paredes rojizas, descalzo, con su pantalón de pijama medio caído y
con una carta en la mano.
Parpadeó varias veces en un
intento de adivinar lo que estaba ocurriendo y temió moverse por la inseguridad
y fragilidad que le transmitía el silencio. Siempre había sido un chico
precavido e inteligente hasta el punto de poder adivinar lo que se escondía
detrás de la mirada perdida de cualquier persona aunque, a veces, también
fallaba.
Intentó recordar lo que
hacía antes de llegar a esa habitación pero no tuvo que esforzarse mucho para
saberlo. Ya llevaba trescientos catorce días con aquella chica de ojos grandes
y sonrisa permanente y parecía que, por primera vez, sentía de verdad su
ausencia. ¿Qué se supone que estaba
pasando? La había dejado durmiendo con la mano apoyada justo encima de su
corazón y su cabello haciéndole cosquillas en su estómago pero ya no estaba.
Tan solo pensar en ella
hizo que su pulso se acelerase y sintiera la necesidad de salir a buscarla. Miró
desesperadamente por toda la habitación buscando una puerta, una ventana o la
más mínima grieta en la pared para tirarla abajo. Le prometió un amanecer lleno
de caricias por la espalda creyendo poder cumplirlo y ahora el miedo le ahogaba
con solo imaginar no poder regalárselo.
Cayó de rodillas al suelo
con brusquedad. Quiso llevarse las manos a la cara para pensar qué hacer o al
menos gritar tratando de desahogarse y no fue hasta entonces que no descubrió
la carta en su mano. Miró el sobre por ambos lados algo más calmado y no vaciló
en abrirlo pensando que por dentro probablemente diría más que por fuera.
Desplegó la carta doblada en tres partes y vio por primera vez aquella letra
redonda y clara que parecía acariciar con tinta negra aquel folio tan blanco. Se
sentó en el suelo con las rodillas flexionadas y se dispuso a leerla:
Querido nadie,
Hace tiempo que dejó de temblarme el pulso al
escribirte. No por nada en especial, la práctica, supongo. Estoy igual de
cansada que la última vez y este bolígrafo con el que escribo parece ser quien
haya dibujado mis ojeras.
Esta vez, prometo que esto te llegará. Y no, no es
que de repente me haya vuelto valiente sino que ya no queda espacio en ese
rincón del olvido donde siempre he tratado de guardar todo lo referente a ti.
Al fin y al cabo sigo siendo la cobarde que conociste y es que, si te confundes
y vuelves, quiero que todavía me reconozcas.
Me gustaría acabar lo que dejamos a medias, o más
bien dejaste. Deberías haber sabido que tres puntos son multitud y que solo uno
habría sido suficiente para ahorrarme tantas pesadillas. Ahora yo no soy quién
para poner punto y final a algo que nunca quise que acabara. Y supongo que sigo
esperando una explicación de tu huída sin ni siquiera escribir un adiós en un
papel.
Puede que no fuéramos capaces de aguantarnos tantos
silencios ni los secretos que éstos conllevan. Puede que no supiera leer tus
ojos pero no es mi culpa que tú los escondieras entre tanta confusión. Aun así
sigo pensando que si ellos escribieran, ninguno de esos misterios que ocultan
se compararían a los de Agatha Christie. Y es que nunca has sido tan sencillo
como comprarte y leerte.
Siempre me costó no perderme entre tus páginas, pero
eh, eso también tenía su encanto. Ni siquiera un mapa habría sido capaz de
impedir que me dejase guiar por tus palabras y tratase de descifrar todas tus
letras poquito a poco. Era increíble sentir con cada una de ellas algo
distinto, igual que cuando susurrabas mientras el resto de la ciudad dormía y
solo nosotros permanecíamos en vela. Si alguna vez dormimos juntos me
arrepiento.
Deberías vivir en mi cabeza para callar los
recuerdos con tus manos. Todavía duelen después de 314 días. Y si decides
volver prometo pedirte perdón por la definición tan mala que te di de eso que
tu ya sabes. Después me di cuenta de que eras tú quien me estaba enseñando lo
que era en realidad y comenzó a significar algo totalmente diferente. Siempre
tuviste ese poder de cambiar las cosas y hacerlas mejor.
Me duele que te fueras dejando todo a medio
construir. Ahora no me extraña que solo queden ruinas.
Dobló
la carta lentamente, pensativo y más confuso que antes. Una firma con
un nombre no le habría venido nada mal. Volvió a meter el papel en el sobre y
lo dejó caer al suelo para poder llevarse las manos a la cabeza. Si no hubiese
sido por el número del penúltimo párrafo probablemente habría pensado que la
carta estaba en las manos equivocadas.
Intentó pensar, reconocer
aquella letra o a aquella chica medio en ruinas que parecía escribirle. Intentó
buscarle el sentido a todo lo que le estaba ocurriendo, a aquella habitación
vacía, sin saber que es imposible encontrar algo inexistente.
El sonido de algo chocando
contra el suelo le hizo quitar las manos se sus ojos y mirar la habitación
desconcertado. Otro sobre blanco, que parecía haber caído del cielo, se
encontraba a sus pies. Lo abrió sin reparos para encontrarse con la misma
letra, la misma forma, el mismo color…
Dime que con solo un chasqueo de dedos te tendré
aquí. Dime que con solo una palabra vendrás y me rodearás con tus brazos
calmando así todos los monstruos de mi cabeza. Eso era lo que hacías
¿recuerdas? Claro que antes solo yo era quien ocupaba tus brazos.
Fue un viernes por la tarde cuando supe que
probablemente nunca volvería a conocer a alguien como tu. Después de dos meses
sin sentir nada, el dolor llegó de golpe y entonces comprendí lo equivocada que
estaba acerca del amor. Que no era un final feliz como creía sino un corazón
roto. Amor es ese dolor extraño que parece que te quema la garganta después de
tanto tiempo llorando recuerdos. Eso me enseñaste. Ese amor. El más puro y el
más sincero, porque amas sin tener nada a cambio, amas sin ni siquiera ser
feliz al hacerlo. ¿Sabes? Me alegra que no estuvieses ahí para verme de esa
manera.
La rutina ha ido apagando el dolor junto con todos
los demás sentimientos. Ahora solo espero ahogar tu recuerdo con letras.
Buenas noches, “payaso” (como en los viejos tiempos
¿recuerdas?).
Echó un vistazo general a
la carta por última vez y la guardó en el sobre. La dejó caer al suelo junto
con la otra y se sorprendió al ver una buena cantidad de ellas cubriendo casi
toda la superficie. Vale, ahora si que quería salir de allí.
Alzó su mirada hacia el
techo de la habitación viendo como más sobres blancos precipitaban casi de
manera sincronizada. ¿Tan literal era la carta? ¿Aquella chica, para él
desconocida, iba a ahogarle a base de letras? Casi sin darse cuenta sus pies ya
estaban cubiertos por aquella marea blanca. Solo se le ocurría una idea para
salir de allí y dudaba que funcionase con éxito: recordarla.
Parpadeó varias veces y
mordió su labio inferior otras tantas, respiró hondo y se dejó llevar hasta el
mundo de los recuerdos. Ese mundo que había bloqueado hace tiempo, ese que solo
le llevaba directo al sufrimiento. Buscó, apartó aquellas noches en vela,
aquellas navidades tan tristes, aquellas fotografías que guardaban imágenes de
personas que nunca volverían. Buscó, buscó en su rincón más oscuro y en el más
luminoso, en el más feliz y en el más amargo pero no había ni rastro de aquella
chica. Quizás no pisó con suficiente fuerza como para dejar huella en su vida, quizás
él había decidido olvidarla igual que ella ahora intentaba hacer con él.
Lentamente comenzó a notar
como le faltaba el aire. Sus pulmones comenzaron a inflarse y desinflarse con
angustiosa rapidez. Entonces se dio cuenta de que ya era demasiado tarde como
para abrir los ojos y simplemente tratar de sobrevivir. Ella había acabado con él,
con su recuerdo. Le había ahogado con letras escritas a base de suspiros y
lágrimas. Ahí acababan las noches en vela. Ya no existía la razón que le
impedía dormir tranquila. La historia que compartían había llegado a su fin y
la habitación del olvido era ahora quien custodiaba sus páginas.
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