23 de marzo de 2014

23-03-2014



Nunca se me dio bien escribir cartas sin destinatario, y es que todas acabaron en un lugar llamado olvido gritando sentimientos que permanecieron ahogados durante mucho tiempo. Porque siempre llovía y nunca pensé que mereciera la pena salvar a ninguno. <<Ya he hecho demasiado aguantándoos>> y me alejaba mientras gritaban más fuerte que el resto del mundo. Y eran ellos a los que escuchaba mientras me mirabas de esa forma tan tuya. Como para recordarme que estaba en la tierra y que el cielo todavía estaba unos metros más arriba. Tu eras eso. Nubes rozando el suelo y sol acariciando la luna. Eras como esa canción en medio de una fiesta con la que te olvidas del mundo. Ese minuto de locura en el que comienzas a cantarla a base de gritos. Porque sí, porque te da igual, porque es TU canción, TU momento. Tu lo eras. Eras mi momento. La paz en medio de mi guerra, mi sonrisa en pleno junio cuando creía que no tenía nada más que perder. Mi lluvia, mi tormenta, mi pequeño trozo de invierno con treinta y seis grados a la sombra. Eras amargo como el té de las cinco y dulce como las fresas en abril. Como un chocolate caliente con sofá y mantita un domingo por la tarde. Reconfortante como la música antes de dormir o una habitación oscura con olor a vainilla un viernes por la tarde. Eras todos y cada uno de mis pequeños placeres. Todo y a la vez nada. Porque no fuimos aunque tu eras y yo era contigo. Porque te fuiste y ya no me quedas. Y hace poco decidí irme yo también. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario