28 de octubre de 2019

Hojas sueltas





«Seamos realistas: nadie se va a morir por nadie,
pero vivir eso ya es otra historia»

- Pablo Benavente




Una vez grité "no te vayas"
y poco tenía que ver con la distancia de dos cuerpos
ansiosos por crecer,
hambrientos de experiencias,
impacientes por tener el mundo en sus manos
y el cielo a sus pies.

Esas tres palabras se asemejaban poco
a cadenas y grilletes,
no tenían complejo de bulto extra,
no entendían de cabinas ni de bodegas
ni de cinturones de seguridad.

Desconocían la gravedad
porque de lo contrario
flirtearían con el riesgo a la caída
y asomadas al vacío
habrían sido incapaces de volar.


No sirvieron de nada
y le eché de menos
en cuanto salió por la puerta.


El precio a pagar era tan alto como siempre
pero no estaba segura
de poder encontrarme otra vez
en tan poco tiempo.

Porque ya lo hice,
me encontré
y volví a hacerlo en él.


Odié los ojalases
porque me confirmaban
que seguía sin estar aquí
y todos los deseos que pude pedir
acabaron en sacos rotos
esparcidos por carreteras
y formando un camino de migas
que solo sirvió de alimento a los buitres.


Dejé de tener hambre
en cuanto no pude comerle la boca
ni las dudas, ni los miedos,
ni las frustraciones
ni los "este mundo es una mierda";
justo cuando ya no podía mirarle
y pensar que estaba él
y eso siempre lo haría un poquito mejor.


Recuerdo ir al baño porque el nudo se hacía tan grande
que no podía el aire entrar en mis pulmones.
Dejar el agua caer,
ahogar las sonrisas
acumuladas en mi garganta.

Te juro que dolía de verdad.


Ahora solo se me hace el día cuesta arriba
cuando nos sueño
y vivo todo aquello que pudimos ser
pero dejamos escapar.





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