21 de marzo de 2015





Miraba la taza de té que sostenía entre sus manos y movía la cucharita en círculos lentamente mientras pasaban las horas. Era como mirarle a los ojos, entre verdes y marrones; nunca se podría cansar de hacerlo.

Dio un sorbo pequeño y se tragó aquel sabor amargo mezclado con sueños, promesas y decepciones mientras se quemaba la lengua y los labios. La noche anterior había soñado con él pero se había despertado otra vez sin huellas, sin arañazos y sin sonrisas. Y ya hacía tiempo que la luz de la mañana había decidido abandonar en cualquier rincón los buenos, para dejar solo los días.

Dejó la taza sobre la mesa y se llevó las manos -ya frías- a la cara. Frotó sus ojos para detener cualquier atisbo de sentimientos y volvió a perder la mirada en el fondo de aquellos colores por los que hubiese ignorado a la luna, a las estrellas, a la noche y hasta el universo.

Siempre le había gustado el campo y que el viento le diese en la cara. Agua corriendo de fondo y el sol coronando el cielo. Siempre había estado perdidamente enamorada del canto de los pájaros en pleno mes de abril y siempre había estado dispuesta a abandonar los sueños por quedarse un rato más disfrutando del silencio y del movimiento de sus pestañas.

Él le daba la noche inyectada en vena y los buenos días entre mordiscos. Sabía al té de las cinco -y de las dos, y de la una- siempre sin azúcar. Y no importaba a qué hora de la noche quisiera beber de sus ojos, porque él siempre la estaría mirando.

Siempre le había gustado el mar y que la brisa fría le despertase de los sueños de las cuatro. Nubes negras y rayos de sol, furiosos, gritando por el cielo. Siempre había estado perdidamente enamorada de las primeras lluvias de invierno, del granizo y de la nieve desmesurada; y siempre había estado dispuesta a abandonar el sueño por quedarse un rato más replicándole promesas a la luna y a los recuerdos.

Habían estado durante años destinados a ser y ninguno se dio cuenta a tiempo. Se dejaron ir sin querer, dejándose siempre pero nunca del todo. Y pisaron aviones juntos pero siempre de la mano de otros. Casi despidiéndose por completo, pero reencontrándose en cada sonrisa.

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