10 de febrero de 2014

Ya no existen los finales felices.

Dos miradas se cruzan en un pasillo lleno de adolescentes y por un segundo el mundo se detiene. Los ojos de ella se pierden en los de él otra vez, como en los viejos tiempos, y se llenan de recuerdos húmedos que trata de borrar de su cabeza en cuanto aparecen. Se acerca San Valentín y con él París y todos sus derivados, y recuerda que este año está muy lejos de pasarlo junto él. Más lejos de lo que nunca estuvo. Y en un segundo firma un contrato con el mismísimo diablo si este le asegura volver a pasar veintidós horas a su lado. Porque más infierno que el de saber que ya no es importante en su vida no cree que haya. Sus ojos gritan en esa milésima de segundo. Gritan el vacío que sus labios esconden, pero él ya hace tiempo que dejó de entender sus silencios. Y se refleja en sus ojos la silueta de aquella otra chica, entonces agacha la cabeza y entiende que esas chispas ya no le pertenecen. Por muchas almas vacías que le venda al diablo sabe que nunca volverán a pertenecerle. Y es que él ya decidió. 
El mundo vuelve a su ritmo habitual y ella se traga los gritos al pasar por su lado. Jura que nunca más volverá a creer en promesas que no salgan de su boca y mucho menos en el amor si no lo hacen sus manos. Y es que los finales felices dejaron de existir en cuanto él salió por la puerta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario