17 de julio de 2014

Atrévete a pararme los pies



Acabo de hacer mi entrada triunfal por una puerta repleta de purpurina plateada y lucecitas de colores y aun resuena en mis oídos el zumbido del portazo que ayer dejé detrás de mi.

Dicen que todo lo que nos sucede a menudo empieza antes de que nos demos cuenta, que nosotros mismos, con gestos minúsculos creamos nuestro propio destino y que un pequeño soplido en esta parte del mundo puede crear un enorme huracán al otro lado del océano. Ahora todo cobra sentido. Ahora las noches en vela, las lágrimas y los suspiros han adquirido valor, y los gritos en la almohada solo me parecen gritos de libertad. Ambición recorre mis venas y quema por la velocidad a la que va, pero nunca me molestó que el viento me diese en la cara. Hoy me quito el casco que me puse hace algo más de un año y acepto todo los riesgos. Y aunque no se si trescientos ochenta y dos días son suficientes para cerrar una puerta y atravesar el umbral de otra, por primera vez no tengo miedo a equivocarme. De hecho, si me equivoco, que sea grande, por favor. Ya no me conformo. Si voy a caerme quiero llegar al subsuelo y escribir mi nombre allí, allí y en cada roca que tenga que agarrar para subir a la superficie. Y dejaré lucecitas de colores por si arrastro a alguien conmigo que le tenga miedo a la oscuridad, porque se que alguien también deja lucecitas en mi camino para que nunca logre perderme del todo.

La oscuridad ya no me asusta, la soledad ya no me asusta, la compañía ya tampoco me asusta... y es que cuando pasas mucho tiempo intentando descubrir quien eres acabas aprendiendo que la única cosa a la que de verdad debes temer es a ti mismo y a tu cabeza. Al fin y al cabo somos nosotros quien le damos a las cosas que nos dan miedo el poder suficiente como para hacernos daño. Y no pienso dar ese poder a nada más que se aleje de mi reflejo. Mi reflejo, ese al que quiero mirar desafiante cada mañana, tal y como quiero que él mire a la vida: directa, fijamente y con una sonrisa en los labios que grite un afilado

<<atrévete a pararme los pies>>.








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