« No soy un hombre,
soy un campo de batalla »
- F. Nietzsche
que cuando el tiempo nos enfrentó,
de tanto discutir,
se apagaron nuestras voces.
Nunca supe muy bien
quién gritó más de los dos
pero nuestros gemidos
destrozaron cielos e infiernos
a partes iguales.
Quizá por eso acabamos así.
Dejar a dioses y a diablos sin hogar
tenía que acarrear sus consecuencias.
Y nos dio completamente lo mismo.
Saboreamos la paz durante un par de meses
a
y mientras el otro dormía
cavamos nuestras propias trincheras
o tumbas,
- cada cual lo que pudo -.
Siempre supimos lo que se nos venía encima.
Fuimos una historia bélica
que, sabíamos, acabaría con nosotros,
y pese a todo, no pudimos dejar de mirarnos.
Aferrada a tus pestañas como a una línea de vida
me apuñalaste en un centenar de ocasiones.
Otras tantas aproveché que te me echabas encima
para clavarte garras y colmillos completamente fuera de mí,
buscando que mi veneno le ganase el pulso a tu sangre.
Ahora puedo confesar
que en ningún momento lo hice
en defensa propia;
quise matarte de mil formas distintas.
Ya en aquella primera noche,
mientras tú me mirabas,
firmé con la oscuridad
un contrato de por vida.
Y aquel primer día,
cuando me vestí de ángel sólo para ti,
sabía que era sangre ajena
lo que me diste a probar de tus labios.
Cariño,
nos quisimos tan callados
que cuando el tiempo nos enfrentó
no supimos manejar tantos miedos
y acabaron devorándonos
sin apenas habernos relamido las entrañas nosotros primero.